miércoles, 29 de junio de 2011

Entre tus piernas: la cena de él


Estuvimos largo rato hablando en la playa. En ningún momento hizo ademán de taparse los pechos, que se mantenían firmes, desafiantes, preparados para recibir, en cualquier momento, el abrazo de mi boca y la caricia de mi lengua. Me abstuve de hacerlo no sin esfuerzo. Lo que no pude evitar es el mantenerme en erección permanente durante la conversación. Y es que toda la simbología de la seducción se había puesto en marcha. Nuestras miradas estaban llenas de mensajes. Los gestos de insinuaciones. Las palabras de incitación. El ambiente estaba cargado de deseo … de sensualidad… de sexo.

“Esta noche estoy invitado a la entrega de premios de un concurso literario. Habrá cena y baile… ¿Te parece hacerme de pareja?”, le dije.

“No me perdería el concurso por nada del mundo y, sobre todo, el baile”, me contestó con una sonrisa en la que quise ver un ademán malicioso cuando subrayó la palabra “baile”.

No sin dificultad por mi parte, dado que seguía en estado de priapismo, logré ponerme en pie tapando mi calentura con una toalla … con la toalla y mucho arte.

Pasé a buscarla por su hotel a la hora convenida. Si ya en la playa me había parecido espectacular, a la luz de la luna, su aspecto deslumbraba. Un vestido negro largo, ajustado y rematado con un escote trasero que dejaba al descubierto una espléndida espalda bronceada, informaba de lo generosa que la madre naturaleza había sido con ella.

Llegamos a la sala dónde se celebraba la entrega de premios. Abarrotada de gente que se distribuía en las mesas, rectangulares y convenientemente ataviadas para la ocasión vestidas con unos manteles que rozaban el suelo. La mala noticia, que luego por lo que explicaré se convirtió en buena, es que nos correspondió sentarnos separados y uno enfrente de otro. Son esas bobadas de colocar los nombres en las mesas y mezclar a la gente.

Lo cierto es que esa distancia no fue insalvable para la longitud de mi pierna que, durante la cena, consiguieron acercar mis pies hacia las piernas de ella, permitiendo que los dedos escalasen sus pantorrillas en un ascenso suave y lento que se detuvo en el interior de sus muslos. Justo allí donde se hace evidente el deseo. En ese subir y bajar de pies estábamos cuando, a mis espaldas, noté como la orquesta daba sus primeros compases con la batería intentando llamar la atención de los allí congregados. El estruendo era ensordecedor ya que la gente había empezado a levantarse para dirigirse a la pista de baile que estaba en el centro de la sala. Giré un momento la cabeza hacia la orquesta en un movimiento instintivo. Fueron pocos segundos, no más de cinco pero, cuando volví la cabeza para continuar los juegos de seducción con ella, había desaparecido.

“¡Oh, no. Otra vez no. Otra vez la pierdo ¡” me dije.

“Disculpe” le pregunté a un individuo que había permanecido en la mesa y se encontraba dos espacios más allá de dónde estaba yo.

“¿No habrá visto hacia dónde iba una mujer rubia que estaba justo enfrente mío hace unos segundos?”. Aquél hombre me miró abriendo la boca, como si no hubiese entendido lo que le estaba preguntando. Parecía algo atontado. “Seguramente será de lo que ha bebido durante la cena”.

Volví a repetirle la pregunta.

“¡Noooooooooooooooo!”, contestó arrastrando la ‘o’ de su respuesta.

Fue entonces cuando recordé lo que ella me había dicho por la mañana en la playa “No me perdería por nada del mundo el baile” “Claro” se me acababa de encender la lucecita del entendimiento. “El baile. Debe estar en la pista de baile”. Me dirigí hacia el tumulto que trataba de acompasarse al son de la música en la pista de baile, esperanzado con el que creía el próximo encuentro con mi deseada.

No hubo suerte o, al menos, mi suerte no estaba escrita para estar con ella. Por más que busqué en la pista de baile no la encontré. Así que decidí buscar nueva fortuna y calmar mi calentura con una voluptuosa morena que me había sonreído minutos antes al compás de Rubén Blades, mientras trataba de amortizar el tiempo y dinero que había invertido en mis clases de baile... Y es que las piernas, mis piernas, nunca saben estar ni quietas, ni solas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya piernas inquietas tienes jejeje

Anónimo dijo...

Nada como lanzarse a la aventura...
y esta sigue prometiendo...

Ernesto Líneas dijo...

Para Oso cavernario, con derecho de pernada

Y eso que no me las has visto en plena carrera...

Para calmA, lanzándose en plóngeon

Pues fíjate que yo las aventuras no las "lanzo", las proyecto. Lo malo de eso es que deja de ser aventura :(