jueves, 21 de octubre de 2010

Viaje a ninguna parte


A las 6.20 a.m. me levanto, veinte minutos antes de lo habitual en un día de diario. Debo ir a Madrid a un curso. Después del pipí matutino y de la ducha, frugal desayuno porque, pienso, en preferente te dan almuerzo. Cojo un taxi a las 6.55 a.m., el tren sale veinticinco minutos más tarde. A pesar de no haber tránsito, llego a la estación a las 7.12 a.m. Corro a la entrada del  andén número cinco. Son las 7.17 a.m. Las puertas están a punto de cerrarse. Lo hacen con una puntualidad británica. He llegado un minuto antes de hora.

Son dos horas y cuarenta y tres minutos de trayecto. Suficiente para leer el periódico, comer y enviar unos SMS, actualizar facebook, contestar mensajes de netlog y mandar correos electrónicos. Eso de la BalckBerry con tarifa plana, da para mucho. Pero no he traído el cargador y todas esas operaciones consumen mucha batería. Llego a la estación de Atocha a las 9.59 a.m., con cuatro minutos de adelanto. No obstante tengo que coger un taxi ya que la jornada empieza a las 10.00. Sé que me perderé la primera ponencia, lo tenía previsto. También sé que es la ponencia de presentación de la jornada y no tiene mucho interés para mí.

Cojo un taxi en la misma puerta de la estación. Una suerte porque no había cola en la parada. A las 10.25 el coche me deja justo en la puerta de la Facultad de Medicina de la Complutense. Es en el Anfiteatro Ramón y Cajal, en la segunda planta. Pienso que no es un lugar muy adecuado para una jornada sobre las novedades en materia de protección de datos.  Me envían a la planta más alta del anfiteatro que está en la cuarta planta. La segunda ponencia –esta si me interesa- hace un par de minutos que ha empezado. Tardo cinco minutos en situarme. Me concentro y así hasta que recibo un mensaje del despacho porque hay problemas en la presentación de los impuestos. No puedo dejar de barruntar que eso me pasa a mí por ir a una jornada el último día de pago de los impuestos del trimestre. Y me acuerdo que cuando vuelva a Barcelona, sobre las 7.30 p.m. tendré que ir al despacho a rematar la jornada. La mía.

Entre mensajes me pierdo esa segunda ponencia. La que me interesaba. Ahora viene una tercera. Un auténtico tostón y sin embargo ahora la BlackBerry permanece quieta. Digo quieta porque la tengo en vibración. Siempre la tengo en vibración y es curioso porque sé cuando recibo un mensaje que me va a gustar. Me hace cosquillas. Los otros mensajes me causan un temblor indefinido. A las 11.45 a.m. hacemos una pausa. No hay donde ir en una Facultad de Medicina y solo tenemos quince minutos. Además como es una jornada gratuita no te dan ni un triste caramelo. Así que decido ir a vaciar la bufeta por segunda vez en el día. La verdad es que ya me estaba molestando. Todos y todas hemos pensado lo mismo. Tengo que esperar casi hasta que empiecen las otras ponencias, las más interesantes. 

Meo y me vuelvo a sentar casi en el mismo sitio dónde estaba en la primera parte. Me maravillo de que todos y todas casi acertemos con la butaca que nos habíamos asignado al entrar. Y eso que había más de mil personas. Bueno la verdad es que no las he contado pero allí parece que hay mucha gente. Y el aforo aunque no lo he visto, es para más de un millar de cuerpos, seguro. Me sitúo en la exposición y retornan los mensajes. No acaban de solucionarse los problemas que aparecen  cuando más atrayente es lo que explican. Nos pasamos toda la ponencia mensajeándonos. Más ciencia perdida. En fin, pienso, más vale arreglar lo de casa que no ser un sabio en protección de datos pobre.

Finalizan las vibraciones señal inequívoca de que acabaron las complicaciones de la mañana. Tengo un par de exposiciones y las preguntas finales de tranquilidad. La jornada acaba a las 3.10 p.m. En poco menos de dos horas sale el tren de regreso. Y quiero comer algo antes para acabar con el runrun del estómago. Me voy de la Facultad y justo enfrente hay una boca de metro. Doy un vistazo por si pasa por aquella zona un taxi despistado pero nada, así que decido irme en metro definitivamente. No sé si es la línea adecuada pero con el metro en Madrid, lo cojas donde lo cojas, llegas a todas partes. O eso dicen.  Decido ir cerca de Atocha no vaya a ser que se me haga tarde. El trayecto dura cuarenta minutos. Estaba realmente lejos. Son las 3.45 p.m. y aún tengo que comer. Lo hago en un bar cerca de la estación. El menú está bien y suele ser lo más rápido. Acierto y después de dos platos, postre, cortado y cuarenta minutos salgo hacia la estación.

Llego en cinco minutos. Paso el control y enseguida nos llaman para el chequing (si, conozco lo de la “k”) Me meto en el vagón. El número uno, en el “Club”. Debe ser la zona “vip” porque a la Empresa le ha costado un pastón. El que las azafatas no te dejen en paz  en todo el trayecto ofreciéndote bebidas, lectura, merienda, golosinas y licores es señal de que aquél lugar es el más caro del AVE. Decido ponerme los cascos y escuchar música en la BlackBerry. La película programada es  “Alicia en el pais de las maravillas”. Apropiada para ejecutivos, me digo.   Me reclino en el asiento y le doy al “play”. Las canciones están por orden de autores. Aparece Fito  empezando la casa por el tejado. De allí me voy a la Luna con Frank Sinatra y llego hasta  el sol con Maná. Mi humor mejora y hasta veo el paisaje a través de la ventana. Ya hemos pasado Zaragoza y la batería del móvil, aunque a una raya del límite, resiste. Pienso en la que me espera en el despacho cuando llegue. Dos horas como mínimo de trabajo. Afortunadamente  el tren se avanza cinco minutos a la hora prevista. Otro taxi y al despacho. Son las 7.59 p.m.  No voy a contar lo que viene en esas dos horas porque es muy aburrido sino lo ha sido ya bastante este escrito.

Son las 10.10 p.m. cuando cruzo la puerta de casa. No tengo hambre. Ceno un yogurt de esos saciantes y enciendo la televisión. Faltan veinte minutos para que acabe el partido Barça-Copenhaguen. Acaba dos a cero. Prendo el portátil con la firme idea de escribir una historia. Alguien me envía un mensaje preguntándome cómo me había ido en Madrid. Caigo en la cuenta que sí, que hoy estuve en Madrid ¿O fue un paseo en taxi? ¿o por el metro? ¿o estuve sentado en un lugar con el mismo interés que más de mil personas o así? ¿o simplemente soñé que estuve en un tren rápido que me transportó más de mil doscientos en un solo día? Le contesto. Bien, bien, me fue bien… supongo.