viernes, 22 de julio de 2011

Tengo ganas de romper


Siento unas irresistibles ganas de romper. No de desaparecer como me ha sucedido otras veces. No, no es eso: quiero romper. Tampoco de cerrar puertas como metafóricamente escribió Coelho. Lo mío es mucho más indomable, casi violento: deseo romper. Que nadie interprete que de lo que estoy escribiendo es sobre acabar. No, no y no: mi pretensión firme y salvaje es romper. Si desaparezco dejo intacta la mentira, mil veces negada, de una lealtad. Si cierro la puerta alguien encontrará la llave que deje paso al ensueño de la sonrisa eterna. Si acabo volverá el espejismo en un eterno retorno sin fin. Por eso mi propósito es romper fragmentando hasta la nada el engaño, atomizando el fraude de la seducción, destrozando espejos de dos vistas aunque signifique siete años de mala suerte. Siete años que no son nada cuando en  el alma llevo clavadas las partículas de mi última ruptura.  Gracias a tod@s por no recoger los pedazos.


viernes, 8 de julio de 2011

Creencias


Creo en los hartos, no en los indignados.
Creo en dictaduras de libertad, no en democracias financiadas.
Creo en  lágrimas que mojan la piel, no en sonrisas de papel.
Creo en gestos sencillos, no en palabras amables.
Creo en presentes reales, no en bellos futuros.
Creo en lo que me haces sentir, no en lo que me dices.
Creo en pasiones sin adjetivos, no en sueños hermosos.
Creo en reacciones arrolladoras, no en alergias controladas.
Creo en el ser humano, no en el hombre.
Creo en ti sin mí, no en mí sin ti.
Creo en que quiero creer, no en que pueda creer.


viernes, 1 de julio de 2011

Entre tus piernas: y el baile de ambos



Se han ido a bailar todos los de la mesa.

Habías dicho que me esperarías y me has esperado...

Así que, ahora que no hay nadie en la mesa, bajas conmigo.

- ¡¡¡¿¿¿¿¿¿EEEEEEEEEEEEHHHHHHHHHHHHH???????? ¿¿¿ PERO QUIEN ES USSSSSTTTTTTTEEEEEEEDDDDDDDDD???!!!, grito horrorizada al comprobar que el propietario del “tridente” no era quién yo pensaba.

- Pues… pues… yo… yo…yo… - balbucea el que hasta el momento yo había creído mi Neptuno, ahora convertido en vulgar sardina- Yo… soy el del francés, acertó a decir el pescadito.

- ¡¿Pero … pero, como me ha dejado hacer eso, gilipollas ¿?! ¡¡¿Se cree que le voy chupando el sexo a todo el que se sienta a mi mesa?!!

- Oiga, señora, no insulte. Que yo soy un caballero y no he querido contrariarla ¿eh?. La he notado tan entusiasmada con lo que estaba haciendo que no he querido interrumpirla.

- ¡¡¿Qué no le insulte? Pero cómo me ha dejado hacer? ¿Porqué no me decía nada?.

- ¡¡¿Cómo quería Ud. que me levantase de la mesa con los pantalones bajados y la polla tiesa, eh? ¡! Además, cada vez que intentaba metérmela en la bragueta, Ud., ¡ venga otra vez de vuelta a su boca. ¡¡ Y así, señora mía, no había manera de “retirarse”!!

- ¡Y no sea vulgar, cojones ¡ ¡Mire, no le pongo una denuncia por violación porque me coge en un buen día, porque sino lo empapelo! ¡Ande, ande. Recójase “eso” y lárguese inmediatamente ¡

Y ahí, sola bajo la mesa, encendida por la cólera y por la cola que, aunque ajena no por ello menos apetecible, me vino a la cabeza una conversación que tuve antesdeayer con mi madre. “Niña, tienes que ir al oculista para que te gradúe la vista que, a este paso, no vas ni a ver por dónde te pones la comida”. “Lo de mi vista mamá”, le diría en este momento, “es mucho más grave. No veo por dónde me meto la cena"

jueves, 30 de junio de 2011

Entre tus piernas: la cena de ella



Llevo un vestido negro, atado al cuello y con hombros descubiertos. Ya algo alborotado porque, durante la cena, noté como los dedos de los pies de mi Neptuno, buscaban el interior de mis muslos… hmmm

Veo el deseo reflejado en su mirada. Tendría que hacer un ataque por sorpresa por los bajos fondos, pienso sin apartar mis ojos de los de él. Sí, debajo de la mesa… hmm... ya me gustaría cogerle por sorpresa debajo de la mesa. Sí pero que fuera sorpresa total. Tengo ganas de saborearlo, de lamerlo, de chuparlo. El mantel es largo, apropiado para tan placentera excursión hhmm. Ya me estaba relamiendo del gusto. Primero haría un tacto para percatarme de su ubicación y una vez localizada,  él tendría que mantener la serenidad, digo, cara al publico.

Camuflada con vestido de fiesta, aprovechando un mogollón de gente y ruido que impedía se notase mi ausencia y mi escaqueo inmediato bajo la mesa... Ha sido mientras presentaban a los músicos y todo el mundo miraba desde su mesa como se colocaban en el escenario. En ese momento es cuando me he agachado y he ido hacia él.

Allí, bajo la mesa, lo imagino mirando hacia el escenario que quedaba a su espalda. No me ha visto meterme debajo de la mesa. y lo que ha sentido son mis dedos por encima de sus calcetines todos ellos rodeando sus piernas y ascendiendo hacia las rodillas. Una leve apertura de sus piernas me ha dicho que estaba encantado con la visita.

Los pantalones no me dejan acceder más arriba, así que ahora, por encima de ellos y desde sus rodillas, voy llevando mis manos, hacia sus muslos, masajeándolos y separándolos, presionando más fuerte.

Cuando llego a la intersección de tus piernas, noto un ligero respingo, hhmmm ¡Sorpresa me sonrío mientras le imagino tratando de seguir la conversación que por encima de la música pretende llevar en la mesa.

Voy frotando sus testículos, su pene por encima de los pantalones: fuerte y despacio.

Me gusta sentir cómo se endurece bajo la ropa e imaginar cómo sale del paso por ahí arriba. Voy sintiéndolo caliente y yo misma voy sintiéndome caliente haciendo lo que estoy haciendo.

Ha llegado el momento. Le soltare el botón… hmmm...

¡Qué alivio! Te imagino, te veo...y lo se…

Seguimos con los demás botones y su polla respira, por fin. fuera. Libre de ataduras, de telas y entretelas. Me quedo mirando su volumen por debajo del calzoncillo y decido sacarla. Despacio. Con mucha suavidad. Es un trabajo delicado este que estoy haciendo. Requiere esmero...hmmmm. Le paso mi lengua húmeda por su punta… hmm...Me gusta verla brillar cuando sale de mi boca.

… hmmm…y desciendo con mi punta hacia sus huevos...

…hmmmm...Me encanta su olor. Ahora mismo puedo olerla...

La froto por mi rostro, me gusta sentirla en las mejillas. La presiono con la mano hacia mi cara, llevándola hacia mi boca sin meterla... hmmm. Separo mis labios todo lo que puedo para comérmela de un bocado. Hasta el fondo, por sorpresa y después, ir sacando mi boca despacio, presionando con mis labios.

Le siento excitado controlando sus movimientos y moviendo únicamente sus piernas. Abriéndolas. Cerrándolas. Estirándolas.

No me puede decir nada.

Y no puede hacer nada... hmmm...

Me encanta su olor, tan intenso, tan limpio.

La música sigue. Aplausos y más aplausos. Por fin paran, con lo cual las manos le han quedado libres.

Ya no puede más. lo noto. Le gusta mi juego y veo como pone su mano por debajo del mantel, momento que aprovecho para chupar uno de sus dedos con la misma obscenidad. Con más porque ahora es tu dedo y me recuerda a su polla.

Se la coge y me la vuelve a meter en la boca mientras sigue hablando, intenta hablar. Ahora ya sólo le oigo, monosílabos, balbuceos y una conversación sin sentido.

“¿Te pasa algo?”, te han preguntado.

Ha vuelto a coger su verga y me la ha metido más en la boca. La rabia de no poder gemir y el placer que le proporciona lo están volviendo loco.

miércoles, 29 de junio de 2011

Entre tus piernas: la cena de él


Estuvimos largo rato hablando en la playa. En ningún momento hizo ademán de taparse los pechos, que se mantenían firmes, desafiantes, preparados para recibir, en cualquier momento, el abrazo de mi boca y la caricia de mi lengua. Me abstuve de hacerlo no sin esfuerzo. Lo que no pude evitar es el mantenerme en erección permanente durante la conversación. Y es que toda la simbología de la seducción se había puesto en marcha. Nuestras miradas estaban llenas de mensajes. Los gestos de insinuaciones. Las palabras de incitación. El ambiente estaba cargado de deseo … de sensualidad… de sexo.

“Esta noche estoy invitado a la entrega de premios de un concurso literario. Habrá cena y baile… ¿Te parece hacerme de pareja?”, le dije.

“No me perdería el concurso por nada del mundo y, sobre todo, el baile”, me contestó con una sonrisa en la que quise ver un ademán malicioso cuando subrayó la palabra “baile”.

No sin dificultad por mi parte, dado que seguía en estado de priapismo, logré ponerme en pie tapando mi calentura con una toalla … con la toalla y mucho arte.

Pasé a buscarla por su hotel a la hora convenida. Si ya en la playa me había parecido espectacular, a la luz de la luna, su aspecto deslumbraba. Un vestido negro largo, ajustado y rematado con un escote trasero que dejaba al descubierto una espléndida espalda bronceada, informaba de lo generosa que la madre naturaleza había sido con ella.

Llegamos a la sala dónde se celebraba la entrega de premios. Abarrotada de gente que se distribuía en las mesas, rectangulares y convenientemente ataviadas para la ocasión vestidas con unos manteles que rozaban el suelo. La mala noticia, que luego por lo que explicaré se convirtió en buena, es que nos correspondió sentarnos separados y uno enfrente de otro. Son esas bobadas de colocar los nombres en las mesas y mezclar a la gente.

Lo cierto es que esa distancia no fue insalvable para la longitud de mi pierna que, durante la cena, consiguieron acercar mis pies hacia las piernas de ella, permitiendo que los dedos escalasen sus pantorrillas en un ascenso suave y lento que se detuvo en el interior de sus muslos. Justo allí donde se hace evidente el deseo. En ese subir y bajar de pies estábamos cuando, a mis espaldas, noté como la orquesta daba sus primeros compases con la batería intentando llamar la atención de los allí congregados. El estruendo era ensordecedor ya que la gente había empezado a levantarse para dirigirse a la pista de baile que estaba en el centro de la sala. Giré un momento la cabeza hacia la orquesta en un movimiento instintivo. Fueron pocos segundos, no más de cinco pero, cuando volví la cabeza para continuar los juegos de seducción con ella, había desaparecido.

“¡Oh, no. Otra vez no. Otra vez la pierdo ¡” me dije.

“Disculpe” le pregunté a un individuo que había permanecido en la mesa y se encontraba dos espacios más allá de dónde estaba yo.

“¿No habrá visto hacia dónde iba una mujer rubia que estaba justo enfrente mío hace unos segundos?”. Aquél hombre me miró abriendo la boca, como si no hubiese entendido lo que le estaba preguntando. Parecía algo atontado. “Seguramente será de lo que ha bebido durante la cena”.

Volví a repetirle la pregunta.

“¡Noooooooooooooooo!”, contestó arrastrando la ‘o’ de su respuesta.

Fue entonces cuando recordé lo que ella me había dicho por la mañana en la playa “No me perdería por nada del mundo el baile” “Claro” se me acababa de encender la lucecita del entendimiento. “El baile. Debe estar en la pista de baile”. Me dirigí hacia el tumulto que trataba de acompasarse al son de la música en la pista de baile, esperanzado con el que creía el próximo encuentro con mi deseada.

No hubo suerte o, al menos, mi suerte no estaba escrita para estar con ella. Por más que busqué en la pista de baile no la encontré. Así que decidí buscar nueva fortuna y calmar mi calentura con una voluptuosa morena que me había sonreído minutos antes al compás de Rubén Blades, mientras trataba de amortizar el tiempo y dinero que había invertido en mis clases de baile... Y es que las piernas, mis piernas, nunca saben estar ni quietas, ni solas.

martes, 28 de junio de 2011

Entre tus piernas: la visión de ella


Sirena buscando a Neptuno. Sirena buscando a Neptuno.

Así comenzó mi verano. Me dijeron, que a veces, no basta con desearlo, sino que hay que lanzar un "S.O.S.", o dos, o miles, o mucho mejor, salir en su busca.

Viajé a la Antartida, pensando que ante un corazón latino de sirena apasionada, ni el más duro iceberg conseguiría retener a "mi" Neptuno. Pero allí no estaba.

Viajé al Caribe, por ver, si con mis contoneos al son y ritmo salsero, conseguiría evocar a mi tan ansiado tesoro. Pero allí no estaba.

Cansada ya de buscar en lugares tan dispares, y después de una suculenta comida, y sofocante siesta a la sombra de una sombrilla, abrí mis ojos, y allí estaba..¡¡¡¡¡entre mis piernas!!!!.

No tenía tridente, ni corona, ni melenas, ni esas barbas que yo había soñado viendo los miles de retratos que hasta la fecha habían caido en mis manos.

He de decir que tampoco sabía planchar, pero tenía que ser él, ¿a quién sino, el destino, hubiera situado en lugar tan indiscreto y sugerente?

La aventura, había comenzado.

Todo el mundo sueña con vivir una aventura: unos pocos se lanzan a ella con frenesí, otros se la encuentran por el camino, hay a quienes la vida les empuja...pero la gran mayoría nunca se han atrevido a ir en su busca.

No se trataba sólo de recorrer miles de kilometros, viajar a Punta Cana, a Moscú, a Africa, la aventura a veces es una decisión tomada desde la tumbona de todos los veranos, es saber lo que queremos, y sobre todo, lo que no queremos, y decidir romper amarras.

Todavía no ha acabado el verano, ni acabará. No es una aventura de verano. Es la aventura de la vida.

lunes, 27 de junio de 2011

Entre tus piernas: la visión de él



La había visto desde el fuera borda en una cala donde había ido a amarrar para darme un chapuzón. Su visión, abandonada al sol y tapada con un minúsculo slip sobre la proa de su barca, me obligó a que buscase un baño más largo de lo habitual en las tibias aguas del Mediterráneo. Allí, en el mar, pude observarla sin temor a que se diese cuenta del descaro de mi mirada, no fuese que al percatarse me diese con su popa y me quedase sin tan caliente plano de visión. No podía apartar la vista de esa proa que había despertado, con placentera fuerza, el palo mayor de mi cuerpo que pugnaba por escaparse del pantalón de baño y poner rumbo hacia la nave de ella. Hice un “traveling” acuático antes de sumergirme para evitar que, mi cabeza, alcanzase un punto de ebullición peligroso, preso de la ansiedad por volver a la superficie y encontrarme con aquel enfoque que había enervado todos los sentidos más sentidos de mi organismo. Fue un minuto, el suficiente como para que, cuando volví a la superficie, ella ya no estuviese.

¡No puede ser! ¡No puede ser!, gritaba mi mente con desesperación al saber que ya no podría estar entre aquellas piernas.

Desolado y, sobre todo, más arrugado de lo normal dada mi larga permanencia en el agua, puse rumbo al puerto. Subiendo estaba el ancla de proa cuándo, de repente, volví a cruzarme con la visión de ella. Estaba tumbada a la sombra de un parasol en la playa. Decidí que esta vez no se me iba a escapar, así que dejé el amarre y, sin más dilación, me calcé las aletas y las gafas de buceo y me lancé al agua con el propósito de recorrer a nado la distancia que me separaba de la orilla.

Llegué casi sin resuello a la playa, sin apartar la vista de aquella mujer. Tan escaso de aliento me encontraba y tan deseoso de llegar hasta mi recién descubierto deseo, que no me desembaracé ni de los “patos”, ni de las gafas de buceo que desplacé hasta la coronilla de mi cabeza con un movimiento automático. Allí estaba, enfrente mío, bellísima… Lentamente se incorporó de la tumbona y sus pechos, libres, se balancearon suavemente hasta alcanzar su punto exacto de gravedad y ofreciéndome la visión de unos pezones erguidos al cielo que coronaban una apetitosa aureola color chocolate… Uuuuuhhhhmmm… me iba relamiendo cuando…

Pero ¡! ¿Qué veo? ¿Me está haciendo señas? ¡! ¡! Si, si. Es a mí ¡! ¡! Me está sonriendo ¡! ¡! Voy para allá sin perder tiempo ¡!

Creo que batí el récord de velocidad en recorrer, con el incómodo calzado de mis pies, los escasos treinta metros que separaba la orilla hasta dónde se encontraba ella… No apartaba mi mirada de su mirada, de su sonrisa radiante que lanzaba destellos de felicidad, como el faro que advierte a los navegantes que están cerca de arribar al puerto ansiado. Al llegar a su altura, antes de que yo pudiera decir nada, exclamó con una voz que me pareció la de los propios ángeles:

“Hola Neptuno. Te he estado buscando por todas partes y por fin has llegado. Ven siéntate a mi lado y dime porqué has tardado tanto”.

Como no quería contrariar a la preciosa dama, no dije nada de mi condición humana y no divina y, sin rechistar, me senté a su lado…

lunes, 20 de junio de 2011

Bigamia, poligamia, infinita-gamia



Además de la poligamia por motivos religiosos, me encuentro por estos mares de internet y en confesiones a la luz del flexo, la del “porque me apetece y puedo”, que es tan válida como la otra pero mejor (según dicen).

Sin necesidad de mantener varias familias, varias casas o varias habitaciones (pues parece ser que muchas veces se comparte casa y él pasa una noche en una habitación, una noche en otra habitación y así sucesivamente…-las esposas están en función del número de habitaciones-), “la otra” (la otra poligamia) sólo requiere el juego del escondite, eso sí, intentando en la medida de lo posible que todos los participantes e integrantes del juego se tapen los ojos, tanto el que cuenta (no se muy bien lo que cuenta, si el número de conquistas, los días que tiene de descanso entre encuentro y encuentro, o el tiempo dedicado a cada uno de ellos.. ) como las que pensando ser las Reinas del Mambo ensayan los mejores bailes para cuando aparezca su Adonis.

Es regla fundamental el que las unas no sepan de las otras (o que los unos no sepan de los otros, pues el juego, admite cualquier variación).

Es regla fundamental, que el tiempo (más o menos) que se dedica a cada una de ellas sea el mismo (no a todas ellas por igual, sino que siempre, el tiempo dedicado a cada una de ellas sea el mismo, para que no haya sospechas).

Es regla fundamental, mantener los intervalos de visitas fijos.

Por supuesto, no confundir nombres, y ante todo eso, que todas se crean las Reinas del Mambo, lo cual, creo requiere una tesis doctoral antes de meterse en semejante embolado.

Pero la Vida, a veces, no deja marcar unas reglas tan precisas y llevarlas a buen término y el Tiempo, se encarga de hacer trastadas, variaciones e intentar cambios para evitar la monotonía (incluso en la variación se llega a la monotonía si estos encuentros se hacen continuos)

Y al final, llega el “vodevil”, ese teatro tan cómico, de entradas y salidas de la habitación, juegos de puertas que hacen reír al espectador y sudar a los actores, por la gran coordinación que requieren las entradas, salidas, diálogos, encuentros y desencuentros, y al que hoy día se añaden intercambios de sms, multimedias, mails y cualquier nueva tecnología que ayude al juego.

La postura más cómoda, la del espectador, sin duda alguna. Que desde fuera, se ríe, opina, aconseja, recomienda y soluciona.

La peor, sin duda, es la de aquel/aquella que sin saberlo, se ve metid@ en el juego.

lunes, 13 de junio de 2011

¿Y tu qué sabes de la pasión?


¿Qué sabéis de la pasión? Si pensáis que es estar en una cama y lanzar cuatro estúpidos gritos durante media hora es que no sabéis nada del sexo. Lo de la pared es el comienzo: La pasión requiere sangre, sudor y hasta lágrimas. Gritos, jadeos que te salen del alma escondida en un lugar tan profundo que al llegar a la boca suenan a lamentos.

Es una batalla permanente.

Es pasear la punta de la lengua por otro cuerpo con una fuerza y una suavidad que provoca el suspiro; es desear que te den la boca y te la quiten; y suplicar que te la vuelvan a dar.

Es querer que te aten las manos y otras manos te acaricien con lentitud hasta que grites pidiendo que te calmen con un beso... y otro mas... y otro más profundo; es mirar los ojos de quien provoca estos sentimientos y notar una descarga que recorre tu espalda y llega a la boca desde la nuca, y te llena la boca de saliva y los labios se hacen grandes y lo único que calma todo esto es la mano, la boca, el otro cuerpo.

Es ver un caramelo y desear ponerlo entre los labios y comerlo boca a boca, y querer meterlo en cada hueco del cuerpo junto con tu lengua y sentir que tu alma está mas cerca del cielo que nunca. Eso es la pasión. Pero sin el deseo de quedarse dormido junto a quien te hace sentir todo eso, de dormir cada noche, de despertar cada dia con esa mano enganchada en tu cintura y de que esa boca te bese de mañana. Sin eso, sin ese deseo que es el auténtico, el de verdad, no hay pasión, solo carne contra carne y ansia fácil. solo respuestas a estímulos mecánicos perfectamente organizados en el cuerpo.

(Escrito basado en la novela "Nunca miras mis manos" de Susana Pérez Alonso)




sábado, 11 de junio de 2011

¿Te puedes enamorar en una noche?


El otro día me encontré con una buena amiga que me contó un descubrimiento. Se podía enamorar en una sola noche de pasión. Ahora, su problema era mantener el enamoramiento al día siguiente. Y empezo con su relato, en cómo lo descubrió. Fue, me decía, una noche erótica de locura. Lo conocí hace unos días en un videoclub. Aburrida de darle una opción a la “tele”, me fui hasta el videoclub más cercano a casa en busca de alguna cinta que me transportase a algún mundo de fantasías reales. Estaba mirando el catálogo sin decidirme  por alguna de ellas, cuando de pronto un hombre mayor, abandonando los cuarenta, pero de esos que aún les queda muy bien una camiseta ceñida y unos juveniles tejanos, quedó prendado de mí. Fue su mirada, clavada sobre mi cabeza la que me obligó a levantar la vista y fue su sonrisa coqueta la que sostuvo por largo tiempo nuestro silencioso encuentro...

No quise bajar la vista, desde hacía mucho tiempo que no sentía ese revolotear de mariposas en mi estómago, esa noria. Se acercó lentamente, mientras yo planeaba mil respuestas inteligentes a las hipotéticas preguntas que volaban en mi cabeza. Cuando oí su voz, sentí que todo el ímpetu se me diluía por la tapa del DVD que apretaba fuertemente. Mis mejillas se ruborizaron dejándome, aún más, en lamentable evidencia. Pero no recurrió a ningún tópico, como qué película alquilaría, o cuál era mi director favorito. Ni siquiera me preguntó mi nombre. Sólo me dijo que conocía una pequeña bodega en la calle de al lado con excelentes vinos...

 Estaba seguro de su conquista, continuó mi amiga, y a mi me gustaba que jugara con esa seguridad. No hablábamos de cosas personales que tanta magia le restan al ambiente y antes del primer sorbo de vino nos besamos como adolescentes, perdiendo todo pudor, y continuamos así hasta que salimos cogidos de la mano hacia su casa. Él me susurraba pequeños piropos y nuestras miradas se comunicaban en un lenguaje etéreo muy parecido al amor. En su casa me sentí cómoda, como si fuera nuestro encuentro cotidiano. Fue allí donde recorrí con mis manos todo su cuerpo y su lengua cogió el sabor de mi piel...

Él, consciente de su edad y sus limitaciones, como ya no estaba para un derroche de vitalidad, controlaba muy bien sus energías. Me gustan mucho esos amantes tántricos que saben jugar con los tiempos, que giran en círculos para poder ascender y bajar en el deseo, alternando la rapidez y la lentitud con movimientos profundos y sutiles. Nos abandonamos en el placer del anonimato, nos sumergimos en la novedad del descubrimiento y fantaseamos con que fuese eterno. Por eso no quise quedarme a dormir ahí, ni dejarle mi móvil. Sólo se que se llamaba Eduardo, aunque podría haberse llamado Juan, José o Manuel. Me quedo con el recuerdo de una noche sensual, de libertad, de sexo sin compromiso, sin promesas, sin decepciones y lo sacaré como escudo para cuando la tristeza que me dejó mi última ruptura amenace con visitarme...

miércoles, 8 de junio de 2011

Mis fechas de cumpleaños


Yo nací un 8 de junio… o al menos eso creía hasta que cumplí los 14 años. A esa edad era obligatorio tener carné de identidad y para tramitarlo pedí una partida de nacimiento. Cuál no fue mi sorpresa cuando en la fecha de nacimiento ponía 10 de junio. En aquella época tener menos edad, aunque fuesen dos días, era un golpe tremendo a tu vida social en especial a tu porvenir con las chicas que iban tras los chicos “mayores”. Así que fui a hablar con el único testigo que seguro estaba presente el día de mi nacimiento: mi madre. Ella aseguraba que mi venida al mundo se había producido a los quince minutos del día ocho y te parí en casa hijo, lo que ocurre es que tu padre te inscribió en el registro civil el día 10. Por tanto ante mi círculo social podía decir que mi cumpleaños era el 8 de junio y, por supuesto, ocultar el DNI donde hubiese tenido que dar alguna que otra explicación que no hubiese servido para nada porque lo oficial era lo que mandaba. El sostener la fecha del 8 de junio como la de mi nacimiento y las ganas de ser mayor cuanto antes, tenía como contrapartida la de invitar a las amistades ese día;  además, me encargaba de airear directa o indirectamente que “oye, que el 8 es mi cumpleaños” o “¿a qué no sabes quién cumple años el día 8?” y cosas por el estilo. A mi me parecía que me favorecía.

Pero el panorama ha ido cambiando con los años y esa ambigüedad en la fecha de mi  nacimiento representa ventajas. La primera de ellas  porque  eres más joven de lo que marca tu edad biológica. Es como si el reloj se atrasase siempre dos días, con el añadido de que a ciertas edades ser más joven es un valor que cotiza en tu círculo social y, especialmente, entre las señoras. La segunda de ellas  es que se crea confusión entre tus amistades. Cuando te preguntan: “Pero a ver ¿cuándo es tu cumpleaños?” siempre respondo: “El día 8 de junio es cuando nací, pero oficialmente es el 10 de junio” Esa respuesta causa desconcierto y, claro, si a las personas les es complicado retener una fecha de aniversario, dos es imposible. Total que he conseguido  lo que me propongo: que no me felicite nadie y así ahorrarme una pasta en invitaciones. Y si algún despistado o despistada lo hace, el tener dos fechas de nacimiento, me da otra salida: que lo hacen el día 8 les digo que aún quedan días. Que lo hacen el día 10 les contesto: “uuuyyyssss gracias pero fue hace dos días”. No obstante hay alguien que invariablemente siempre es puntual:

-Felicidades hijo, ¿cómo estás pasando el día?
-Gracias mamá, pues como siempre, trabajando.

domingo, 5 de junio de 2011

Amantes (y V)


Andrés nunca había entendido porque Luz había desaparecido tan de repente y sin decir palabra. Ni unas señas, nada donde dirigirse, ellos que durante el tiempo que se conocieron fueron capaces de crear el mundo de la sinceridad que reclaman los adolescentes. Cinco años después de su repentina ausencia aún se acordaba de ella, aún necesitaba de su confianza para descansar en ella sus temores y más ahora que su microuniverso se desmoronaba. La muerte de su madre hacía unos meses tras un horrible delirium tremens fue el detonante que lo hizo saltar en añicos. Su padre cayó en una profunda depresión de la que era incapaz de salir. Apenas salía de casa y la comunicación con su hijo prácticamente no existía. Andrés estaba convencido que se culpaba de la muerte de su madre porque siempre le repetía que no la había querido lo suficiente.

Llamaron a la puerta de casa. Andrés salió a abrir. Era Luz. La sorpresa no dejó reaccionar a Andrés que se quedó en el quicio de la puerta viéndola con la boca abierta y sin saber qué decir.

-¡Pero bueno ¿te vas a quedar ahí sin decir nada?!- dijo una sonriente Luz abriendo los brazos- Anda ven aquí y dame un abrazo.

Se abrazaron tanto y con tanta intensidad que Luz pudo percibir el latido acelerado del corazón de Andrés que solo acertaba a decir ¿qué haces aquí?¿dónde te habías metido? Te he necesitado tanto.

-Bueno, bueno, ahora te lo cuento todo- dijo Luz siguiendo a Andrés al interior de la casa.
-¡Papá, mira quién ha venido a visitarnos!- gritó con voz emocionada Andrés a Luis que estaba sentado frente al televisor en el comedor. Al ver a Luz se levantó como un resorte.
-Anna… -balbuceó Luis- Anna... has vuelto- su mente había retrocedido más de  veinte años.
-No papá, es Luz. Mi compañera de colegio. Bueno la que fue mi compañera de clase ¿No recuerdas cuando venía a casa? -trataba de explicar Andrés.
-Si Luis- terció Luz en la conversación dirigiéndose él- Soy Luz –y volviendo su cara a Andrés- Aunque tu padre tiene algo de razón, mi madre se llama Anna y dicen que me parezco mucho a ella. Imagino que me ha confundido –y tras un breve silencio- ¿Pero de qué la conoces?

Andrés no tardó mucho en visualizar la imagen de la mujer que se había presentado un día en su casa y le había regalado un libro siendo él adolescente. Hubo una época en que las visitas de aquella mujer eran frecuentes hasta que un día desapareció sin más. Y recuerda que esos fueron los días más felices de su adolescencia. Su padre y su madre más unidos que nunca y Luz, por encima de todos ellos como el ángel que velaba por él en los momentos de duda. Luego se fue como aquella mujer y en su casa aparecieron los demonios que acabaron con su madre ¿Qué había ocurrido? No iba a tardar en saberlo.

-Tu madre y yo éramos compañeros en la misma compañía de ballet –comenzó explicando un Luis que medía muy bien sus palabras- Por aquel entonces ella empezaba y yo acababa de firmar mi contrato como primer bailarín. Nuestros caminos divergieron, saltábamos de ciudad en ciudad y estuvimos muchos años sin mantener el contacto, hasta que un día coincidimos en la puerta del colegio de Andrés, de vuestro colegio y reanudamos aquella amistad –trató de ser convincente- Fue entonces cuando Andrés la conoció y el resto ya lo conocéis.
-Vaya -exclamó Luz algo decepcionada- ¿Así que nunca te habló de mi? Y eso que era asidua en tu casa. Tendré que reñirla –dijo haciendo un ademán con la mano como si estuviese reprimiendo a una persona invisible.
- ¿Y cómo está tu madre? ¿Ha venido contigo? –preguntó Luis en un tono expectante.
-Ahora bien –dijo Luz. Y tras hacer  una pausa de esas que sirven para ahuyentar fantasmas- Muy bien.

Luz les contó de su precipitada salida de la ciudad, dejándolo todo y sin tiempo para despedidas. A su madre le llamaron para una representación como primera bailarina en el Teatro Bolshói, la oportunidad que había estado esperando desde que tenía uso de razón. Nunca llegaron a su destino, un accidente de carretera se lo impidió. Milagrosamente a Luz no le ocurrió nada, fue su madre la peor parada fracturándose las dos piernas. Pensaron que no volvería a caminar, pero lo consiguió. Luego las secuelas sicológicas para hacerse a la idea que nunca vería culminado su sueño. Fueron tiempos muy duros en las que no me separaba de su lado cuidándola, animándola a que empezase de nuevo, sino en el ballet, si ayudando a que lo hiciesen otros. Hace unos meses la llamaron para que dar unas clases en la escuela de Cocó Comín y allí está, tratando de hacer realidad los sueños de otros.

-Y aquí estoy yo dispuesta a iniciar, a mis veintiún años, la carrera de economía –concluyó Luz con su explicación.
-Hablando de carreras –dijo Andrés mirando el reloj con cara de espanto- tengo que irme al examen final de matemática financiera –y apuntando a Luz con su dedo índice le conmino- Y tu no te muevas de aquí hasta que yo vuelva y me ayudes a preparar la cena.

Se quedaron solos Luis y Luz. Hubo unos minutos de conversación intrascendente en los pocos cambios que habían hecho a la casa –salvo los obligados por el paso de la edad de Andrés y la sorpresa, agradable, de lo parecida que era Luz a su madre. 

-¿No se lo has explicado, verdad? –preguntó Luz con semblante serio.
-¿No le he explicado qué?
-No hagas como que no sepas de qué te estoy hablando ¿Sabe Andrés que eres mi padre? ¿Sabe que alternabas las camas de su madre y la mía y que las dejaste a las dos embarazadas con dos meses de diferencia? ¡Si hasta podríamos ser gemelos de diferente madre! –sonrió con cierta amargura Luz.
-No… Nunca hemos hablado de eso. No podía… su madre enferma.
-Excusas –atajó Luz- Siempre justificando tu egoísmo, tal y como mi madre me había dicho. Incapaz de dar un paso por ella aunque le decías que la amabas.
-Y la amaba –reafirmó Luis- Y la amo aún –confesó.
-¿Amar tu? ¿Amar un incapaz de enfrentarse a la realidad, a la verdad aunque para ello hayas causado la infelicidad en la vida de dos personas, tres incluyendo la tuya? Lo siento pero llegas tarde, mi madre es feliz ahora con su vida –Luz se dio cuenta como el rostro de Luis se había transformado dibujando un rictus de rabia contenida- y voy a procurar que mi hermano también lo sea. Estoy aquí para impedir que hagas con su vida lo que has hecho con la de los demás.
-¡Tu no harás nada! –gritó Luis- ¡No impedirás nada ¿Me entiendes? –sacudía a Luz violentamente por los hombros- ¡No me quitarás a mi hijo, como tu madre me robó a mi hija!

Luz tuvo miedo al ver los ojos y el rostro de Luis llenos de ira. Justo en el momento en el que iba a pegarla Luz pudo zafarse de su presión y huyó de aquella casa en busca de Andrés.   

Fue una suerte que fuese la policía la que encontrase a Luis ahorcado en la casa, evitando el dantesco espectáculo a Andrés y Luz. Así el último recuerdo que tendrían de su padre sería una nota que había escrito minutos antes de suicidarse en la que, como si fuese un acto de contrición, podía leerse:

“Que no se culpe a nadie de mi muerte. Yo soy el único responsable tanto de ella como de mi vida”

jueves, 2 de junio de 2011

Amantes (IV)


-No has probado bocado- le dijo Anna a un Luis que no hacía más que dar vueltas a los raviolis con el tenedor.

-No quiero que me dejes Anna. Yo te quiero -Luis alzó la vista del plato y miró fijamente a Anna que puso cara de extrañeza- Si, sé porqué estamos aquí, sentados en esta mesa, en este restaurante y tu intentando encontrar las razones del porqué nos tenemos que separar…

-Yo también te quiero Luis, mucho más de lo que imaginas y de lo que yo pude llegar a imaginar… Lo sabes y en esta segunda oportunidad que nos hemos dado sé que siempre te querré…

-Pero –interrumpió Luis- sigo con Elena y con mi hijo ¿es eso, verdad?… Debo hacerlo, lo sabes…

-Y yo no te he pedido que hagas lo contrario, incluso he llegado a aceptar compartirte con ella porque lo único que he deseado es permanecer cerca de ti para quererte, pero tenemos que alejarnos, por el bien de tu familia. Elena sabe que somos amantes desde el primer día que crucé la puerta de tu casa. No le hizo falta mucho para adivinarlo, ni a mí tampoco saber lo que ella pensaba. Pero prefirió ignorarlo porque si se enfrentaba a ti te hubieses venido conmigo y eso significaba dinamitar lo que le aportaba mayor estabilidad, su familia. Así que prefirió refugiarse en la bebida y controlarme, controlarnos teniéndonos cerca…

-No entiendo entonces el porqué no bebe cuando estás en casa… Sólo aquella primera vez.

-Porque en esos momentos es cuando nos controla y te envía un mensaje a ti, inconscientemente, diciéndote: “Yo también puedo ser como ella, déjala y vuelve a mí”, igual que te envía un mensaje cuando se emborracha: “No puedo vivir sin ti. Te necesito” –Anna hizo una pausa para coger aliento intentando que la voz no se le quebrase- Por eso debemos dejarlo porque si seguimos acabará matándose… y ni tú, ni yo nos lo perdonaríamos- las lágrimas asomaron a los ojos de Anna sin control. Luis hizo ademán de cogerle la mano, pero ella se la retiró. Buscó el bolso lo abrió atropelladamente buscando unos ‘kleenex’. Unas fotos cayeron encima de la mesa. Luis reparó en una de ellas que tenía una imagen que le era familiar. Anna se percató de ello, pero cuando quiso recoger la foto era ya demasiado tarde, Luis la tenía en su mano y la miraba con extraña curiosidad.

-¿Anna cómo tienes tu una foto de esta niña del colegio? ¿De qué conoces a Luz, la mejor amiga de mi hijo? –preguntó Luis como si estuviese a punto de conocer una verdad que le pertenecía.

-Es mi hija…

-¡¿Tu hija?!... pero no me habías dicho…

-… nuestra hija, Luis… Luz es nuestra hija.

martes, 31 de mayo de 2011

Amantes (III)


A pesar de haber respondido a la invitación de Luis con tanta seguridad  Anna dudaba en ir o no a su casa. En su cabeza circulaban sin orden un sinfín de preguntas ¿Sospechará? ¿Pero qué ha de sospechar si lo nuestro con Luis acabó hace mucho? ¿Acabó? Si, por supuesto… creo. Bien tal vez sea una manera de encontrar respuestas ¿A qué? A que aún estoy enamorada de él. Qué barbaridad después de tanto tiempo no puede ser.

A las ocho tocó el timbre de la puerta. Abrió la puerta una mujer morena, con el pelo corto y unos profundos ojos oscuros contorneados en su base por unas ojeras que apenas había podido disimular. Una amplia sonrisa dejó al descubierto una cuidada dentadura blanca.

- Anna ¿verdad? –dijo la mujer ofreciendo las mejillas a Anna.
- Y tu debes ser Elena –respondió Anna brindando también las suyas.
- ¿Y quién si no? –rió abiertamente Elena- Ven entremos que Luis  está ‘estudiando’ con Andrés.

Pasaron al interior de la casa a la habitación del niño que estaba con su padre consultando unas cosas en el ordenador. Luis se acercó a Anna dándole un par de besos en las mejillas. A Anna le pareció que absorbía su perfume en la milésima de segundo que duró el contacto. Un niño, casi tan alto como la madre y su viva réplica, se acercó a ella dándole un par de besos.

-     Y este hombre debe ser Andrés ¿verdad? –se dirigió Anna a Andrés- Mira te he traído algo que me han dicho que te gusta –dijo sacando un paquete de su bolso ante la atenta mirada del muchacho.
-     ¡El libro de ‘Mister Cuadrado’! –dijo un alborozado Andrés abriendo los ojos como platos.- ¡Gracias!- abrazó el niño por segunda vez a Anna sin soltar el libro de sus manos. 

La cena transcurrió como transcurren todas esas cenas en que se encuentran dos viejos amigos que hace tiempo que no se ven: rememorando las anécdotas que les había proporcionaba tener una profesión en común, dejando un poco fuera de juego al tercer comensal, Elena, que hacía las preguntas de rutina  ¿cómo os conocisteis? ¿en qué obras trabajasteis juntos? Todas y cada una de las preguntas de Elena eran contestadas inmediatamente por Luis. Anna  únicamente corroboraba lo que explicaba Luis o ampliaba su explicación con hechos intrascendentes. Andrés loco por dejar aquella mesa y ponerse a leer su libro, acabó la cena en un suspiro ¿Me puedo ir a mi cuarto mamá? Da las buenas noches y vete, anda. 

-     ¿Y en todos estos años no habéis estado en contacto? ¿No sabíais el uno del otro?
-      Verás –esta vez fue  Anna la que respondió poniéndose muy seria- he tenido un novio muy celoso, agobiante. Me vigilaba a todas horas y controlaba todos los movimientos que hacía. Revisaba mi correspondencia. Los primeros meses no fueron así pero luego, afloró su verdadero carácter. Perdí todo contacto con mis amistades. No me dejaba hablar con ellos e incluso los amenazaba si se acercaban a mi. Cuando me sentí asfixiada, casi anulada,  lo abandoné sin decirle nada, ni dejar señas. Se que me persiguió durante un tiempo, luego contrató detectives. Tuve miedo y cambié varias veces de domicilio hasta hace un par de años que regresé a Barcelona cuando supe que se había matado en un accidente de coche –miró por el rabillo del ojo a Luis. Tuvo la sensación que asentía a la explicación.
-    Pues ya tenemos algo más que celebrar –dijo Elena rompiendo los segundos de silencio que siguieron a la explicación de Anna- Voy a buscar el champagne.

Anna notó como Luis fulminaba a Elena con la mirada. Hizo caso omiso. Al poco volvió de la cocina con una botella de Veuve Clicquot y tres copas. Brindaron. Luis casi ni lo probó.  Ya no era él quién hablaba, Elena fue la que tomó el relevo. Alegre, no paraba de reirse de sus propias anécdotas. Bebía una copa tras otra. Anna sonreía cortésmente y, de vez en cuando, observaba a Luis que había enmudecido y permanecía con el semblante serio. Anna se sintió incómoda en aquella situación. 

- ¡Es tardísimo!  -dijo Anna levantándose como un resorte- Tengo que irme, mañana me voy de gira quince días y aún no he preparado nada.

Si no es porque Luis la cogió del brazo, Elena no se hubiese podido incorporar de su asiento. Tambaleándose a duras penas pudo dirigirse a la puerta para despedir a Anna. Nos veremos en otra ocasión Anna. Por supuesto que si Elena.

- Te llamaré –susurró Luis en el oído de Anna sin que su mujer pudiera escucharlo.

Se encontró con cinco mensajes de Luis en el contestador. Quería verla. Quería estar con ella. Su voz sonaba desesperada, ansiosa. Acordaron verse la tarde siguiente. Y lo hicieron. Esos dos seres que tienen que amarse clandestinamente llenándose de besos y abrazos salen del alma mientras ellos hacen pequeñas pausas para mirarse a los ojos tanto tiempo cerrados. La misma habitación de hotel, la vieja cama sosteniendo el peso de sus cuerpos, disfrutando esa aventura, la pasión nuevamente despierta. Risas, palabras y dos bocas que se buscan hasta encontrarse. Las manos recorriendo territorios antes desconocidos, claman por seguir explorando sin reserva. Respiraciones que se agitan. Frases entrecortadas, incluso cursis que se pierden antes de llegar a las ventanas sin que puedan escapar. Anna parada frente a él, ofreciéndole su espalda. El roce de su cuerpo actúa como resorte que cierra sus ojos mientras los besos sobre el cuello comienzan a asentarse como tatuajes que pretenden perdurar hasta la eternidad. Luis acaricia sus caderas y se deleita con sus formas. La rodea por la cintura y la atrae hasta aprisionarla por completo luego, sube las manos hasta encontrarse con esos senos pequeños que piden ser acariciados. El deseo es concedido. Los botones de la blusa ceden fácilmente y la tela pronto queda olvidada en el suelo. Sus dedos continúan con la labor. La piel morena, muy suave, ofrece un calor que él desea gozar. Los tejanos caen hasta los tobillos y en ese momento Luis se separa para disfrutar la placentera imagen que ofrece un cuerpo desnudo. Anna enreda sus dedos en los vellos que cubren el pecho de Luis. Es como si le provocara curiosidad. Lentamente desciende la mano hasta el vientre donde la mata de vello se hace mas espesa. Enreda sus dedos nuevamente y comienza a sentir algo más. Él la mira con ternura y le ofrece sus labios a cambio de caricias. Ella acepta el trato al tiempo que siente su sexo mimado con suavidad. Ambos entran en el juego y se masturban mutuamente hasta lograr caricias encendidas. Los senos erguidos son una tentación para quien chupa y para quien desea ser chupada. Anna se ofrece a plenitud sin que Luis se atreva siquiera a sugerirlo.

Ambos se miran a los ojos mientras alcanzan juntos la cumbre de su placer. Anna se estremece y se agarra con fuerza a su cuello; Luis resiste un poco más (que son unos segundos en años de abandono) y logra llegar junto con ella en un viaje que ninguno de los dos quiere abandonar. Ambos quedan exhaustos bajo las sábanas en donde duermen abrazados, soñando él, en quedarse con ella hasta la eternidad; soñando ella, en continuar con el curso de su vida sin el compromiso de encontrarse atada a un hombre. ¿Pero dónde les llevaría de nuevo todo aquello?

 - ¿Bebe mucho? -preguntó Anna recostada al lado de su amante.
- Ha tenido una recaída -empezó explicando Luis- Desde la otra noche que viniste a cenar.    Empezó a beber más de la cuenta después de la operación que tuvo. Cuando nos dimos cuenta ya estaba fuera de control y buscamos ayuda de un médico. Logró superarlo hace cuatro años, pero la otra noche volvió... 
- ¿Y Andrés?
- Es un niño muy listo y alegre. Si no fuese por él no sé dónde ni como estaría Elena. Es su razón de ser y gracias a él pudo superarlo... 
- A él y a ti...

Desde aquel reencuentro se empezaron a ver cada semana y se prometieron no hablar nunca del futuro porque el suyo, su futuro, era el presente inmediato. Cuando descubrieron que las crisis de Elena con la bebida remitían cuando Anna los visitaba, se prometieron, Anna prometió que lo haría periódicamente. Lo pasaba mal en aquellas visitas porque, pensaba, que de alguna manera estaba traicionando a Andrés robándole a su padre y con ello destruyendo la frágil estructura familiar. Además Luis y Anna se prometieron no hacerse promesas.

Habían pasado cuatro años desde aquél reencuentro y la rutina de la aventura había hecho mella en Anna a pesar de las no promesas que le hizo a Luis. Aquella situación había acabado por agotarla y decidió ponerle fin.

sábado, 28 de mayo de 2011

Amantes (II)


Luis había acompañado a su hijo hasta el colegio. Lo hacía siempre que no estaba de gira fuera de Barcelona. Le gustaba hacerlo y a su hijo también porque eran los únicos momentos en que podían hablar de “hombre a hombre”, fuera de la protectora mirada de la madre que, según Andrés, aún creía que era un bebé ¡y soy un adulto, papá! Claro que si Andrés, afirmaba siempre su padre. Aquel era un día especial porque era el primer día de clase y, además, el primer día de la ESO el curso “frontera” entre el mundo fantástico de la niñez y el País de la realidad de la adolescencia.


Casi se da de bruces con Anna cuando salía del colegio.

-¡¡Anna!!– gritó un sonriente y sorprendido Luis cogiendo del brazo a una Anna que se giró al contacto de la mano de Luis. Ella saltó inmediatamente a abrazarlo y así, en mitad del gentío que entraba y salía del colegio, estuvieron durante unos segundos mientras solo acertaban a decirse muy quedo “¡Cuánto tiempo ha pasado!” “¡Cuánto te he encontrado a faltar!” “¡Cuánto he deseado verte!” “¡Cuánto…!”. 


Permanecieron en esos cuantos y en ese abrazo hasta que tuvieron la certeza, inconsciente certeza, que en ambos aún existía esa “liaçon” que los haría inseparables aún después del abrazo. Fue ella la que inició la conversación.

-¿Qué haces por aquí?  –y sin darle tiempo a contestar- ¿Has venido a acompañar a  tu hija…a tu hijo? 
-Hijo…
-¡Qué bien, un niño! ¿Cuántos años tiene?
-12. Hoy precisamente empieza la E.S.O. Me casé justo cuando lo dejamos… me dejaste y no quisimos esperar demasiado –dijo Luis haciendo cuentas como si quisiera justificarse.
-Eso es lo que tenías que hacer- afirmó una sonriente Anna- Yo en cambio he  permanecido soltera todos estos años. Bueno no es que no haya tenido pretendientes, no. Incluso uno me pidió matrimonio justo en el momento en que me di cuenta que las relaciones duraderas no se habían inventado para mí.

Estuvieron hablando de lo guapa que estaba ella, de lo bien que se conservaba él y de que la fortuna les había acompañado a ambos en su carrera profesional. Pero no todo eran alegrías. Luís le contó que al nacer Andrés a su mujer le tuvieron que hacer una histerectomía con lo que eso significaba. Pasaron unos años malos pero el carácter alegre de Andrés les había devuelto la ilusión. Hubiesen querido darle un hermano o hermana a su hijo pero no eran partidarios de adoptar y ya se habían hecho a la idea de que Andrés sería su única descendencia. Se dieron cuenta que el tiempo les había pasado volando.

-¡Por Dios, qué tarde es ya! Me tengo que ir pitando- exclamó Anna.
-Si, si de acuerdo, pero antes dime dónde te encuentro porque aún tienes muchas cosas que contarme –y sin darle tregua- ¿Por qué no vienes a casa este viernes por la noche?

¿A su casa? ¿Pero qué le diría a su mujer quién soy? ¿Una antigua amante que alternaba su cama con la mía? Pensó por un momento Anna antes de darse cuenta que Luis ya no era su amante y que tal vez, su casa con su mujer y su hijo, era un buen terreno para normalizar una relación de amistad y apartarse de la tentación de caer de nuevo en los brazos de un Luis al que no había podido olvidar. Como si leyese los pensamientos de Anna, Luis añadió.

-Ella nunca supo lo nuestro ni tiene porqué saberlo. Le diré que eres una antigua compañera de trabajo con la que estrené “El lago de los Cisnes” en el Liceo ¿Recuerdas que fue un gran éxito?

Y tanto que lo recordaba. Aquel día le dijo por primera vez que lo amaba después de haber copulado como hechizados por algún brebaje durante toda la tarde.

-¿Pero no te acompañó a la representación? Puede darse cuenta.
-No, tranquila, nunca lo hacía en aquella época. No quería que fuese –Luis insistió- ¿Quedamos a las ocho?
-Quedamos.