miércoles, 26 de enero de 2011

Nunca te olvidaré

-      Estás igual que la última vez que te vi –dijo el hombre esbozando una sonrisa.
-       Pues de ello han pasado más de veinte años –respondió la mujer que estaba frente a él bajando la mirada  en un gesto de estudiada coquetería- En cambio tú sí que has cambiado. Has esperado al segundo plato para decirme la primera galantería- La sonrisa de la mujer era abierta.
-       No me lo tomes en cuenta, después de tanto tiempo no sé si debía… -la voz del hombre se volvió titubeante- No sé cuál es tu situación.
-       ¿Mi situación? La de siempre. La que conoces... ¿No querrás que te la recuerde?
-       Tal vez deberías hacerlo – dijo el hombre mirándola fijamente -No he sabido de ti hasta tu llamada de la semana pasada y  sabes que lo último que me dijiste es que te ibas de viaje con otro del que empezabas a enamorarte…
-       Recuerdo perfectamente lo que te dije –cortó la mujer. Ahora era ella la que miraba al hombre. Su sonrisa había desaparecido-  Como también recuerdo el contenido del correo electrónico que me enviaste dos días después de aquella conversación telefónica. Decías: “quiero desaparecer de tu vida”.
-       Lo sé y fue doloroso, pero no tenía… no teníamos otra opción –el semblante del hombre era ahora serio y su tono de voz tenía un cierto tono de súplica- No podíamos continuar en aquella situación: yo casado y tú sola a novecientos quilómetros de distancia y esperando que el mapa se doblase para juntarnos. Un sacrificio, tú sacrificio que no podía dejar que continuase. Por eso elegí el mejor momento para poner fin a lo nuestro: cuando empezabas a enamorarte de otro y yo podía darle un nuevo sentido a mi matrimonio alejándome definitivamente de ti.
Un silencio recorrió la mesa dónde estaban. No era un silencio tenso, era un silencio que buscaba la esperanza en la próxima respuesta.
-       Te quiero. Te sigo queriendo. Nunca he dejado de quererte. Esa es mi situación –dijo ella mientras avanzaba su mano por encima de la mesa hasta cubrir el dorso de la de él. - Por eso me puse en contacto contigo cuando me enteré que te habías quedado viudo y ya no te ataba nada. Necesitaba verte,  decírtelo de nuevo y comprobar si habías cumplido tu promesa.
-       Ya ves que sí. No te he olvidado, siempre te he llevado en mis pensamientos, a mi lado, recordando cada uno de los instantes que pasamos juntos: los primeros encuentros clandestinos, el dolor de tu separación que te empeñabas en convencerme que no fue por mi causa –sonrió levemente- tu miedo a la libertad, la soledad de la distancia que soportabas porque guardabas la esperanza de que algún día estaríamos juntos. Y la amargura de nuestra separación forzada por mí en aquél correo electrónico. Llevo grabadas  las palabras de tu respuesta: “Lo siento. Por mi parte, nunca conseguirás lo que pretendes. Con muchísimo más cariño, para el que ha sido el amor de mi vida. María” –una pausa aprovechando un suspiro- Todos esos momentos los recuerdo y no los olvidaré nunca.
-        ¿Y por qué no continuamos recordando? –dijo ella mientras se dibujaba una sonrisa pícara en su cara- Tengo reserva hasta mañana en la habitación del hotel.
-       ¡María que tengo setenta y tres años! –exclamó el en un tono de excusa que sonó falsa.
-       ¡Y yo sesenta y cuatro! ¿No eras tú el que me decías que el deseo no tiene edad? –la sonrisa de ella volvía a ser abierta. Le cogió de la mano y se levantó- ¡Anda. Paga y vámonos!
-       ¡Sin postre!
-       ¡El postre te lo daré yo ahora! – dijo riendo. María tiró de él y le cogió la chaqueta para que no se entretuviese. Al hacerlo vio que en el bolsillo interior había una carta del que distinguió el membrete de un hospital.
-       De acuerdo –protestó él sin convicción y riendo- déjame ir antes al lavabo.
María abrió el sobre y leyó la carta: “José García García padece alzheimer en grado terminal. Si se encuentra con él avise al servicio de neurología de este Hospital. Al paciente le es imposible recordar nada ni saber dónde se encuentra”.  María dobló la carta y la volvió a poner dentro del sobre.
-       Recordemos – dijo un sonriente José mientras abría la puerta de la habitación del hotel y se fundía con María en un beso.