martes, 31 de mayo de 2011

Amantes (III)


A pesar de haber respondido a la invitación de Luis con tanta seguridad  Anna dudaba en ir o no a su casa. En su cabeza circulaban sin orden un sinfín de preguntas ¿Sospechará? ¿Pero qué ha de sospechar si lo nuestro con Luis acabó hace mucho? ¿Acabó? Si, por supuesto… creo. Bien tal vez sea una manera de encontrar respuestas ¿A qué? A que aún estoy enamorada de él. Qué barbaridad después de tanto tiempo no puede ser.

A las ocho tocó el timbre de la puerta. Abrió la puerta una mujer morena, con el pelo corto y unos profundos ojos oscuros contorneados en su base por unas ojeras que apenas había podido disimular. Una amplia sonrisa dejó al descubierto una cuidada dentadura blanca.

- Anna ¿verdad? –dijo la mujer ofreciendo las mejillas a Anna.
- Y tu debes ser Elena –respondió Anna brindando también las suyas.
- ¿Y quién si no? –rió abiertamente Elena- Ven entremos que Luis  está ‘estudiando’ con Andrés.

Pasaron al interior de la casa a la habitación del niño que estaba con su padre consultando unas cosas en el ordenador. Luis se acercó a Anna dándole un par de besos en las mejillas. A Anna le pareció que absorbía su perfume en la milésima de segundo que duró el contacto. Un niño, casi tan alto como la madre y su viva réplica, se acercó a ella dándole un par de besos.

-     Y este hombre debe ser Andrés ¿verdad? –se dirigió Anna a Andrés- Mira te he traído algo que me han dicho que te gusta –dijo sacando un paquete de su bolso ante la atenta mirada del muchacho.
-     ¡El libro de ‘Mister Cuadrado’! –dijo un alborozado Andrés abriendo los ojos como platos.- ¡Gracias!- abrazó el niño por segunda vez a Anna sin soltar el libro de sus manos. 

La cena transcurrió como transcurren todas esas cenas en que se encuentran dos viejos amigos que hace tiempo que no se ven: rememorando las anécdotas que les había proporcionaba tener una profesión en común, dejando un poco fuera de juego al tercer comensal, Elena, que hacía las preguntas de rutina  ¿cómo os conocisteis? ¿en qué obras trabajasteis juntos? Todas y cada una de las preguntas de Elena eran contestadas inmediatamente por Luis. Anna  únicamente corroboraba lo que explicaba Luis o ampliaba su explicación con hechos intrascendentes. Andrés loco por dejar aquella mesa y ponerse a leer su libro, acabó la cena en un suspiro ¿Me puedo ir a mi cuarto mamá? Da las buenas noches y vete, anda. 

-     ¿Y en todos estos años no habéis estado en contacto? ¿No sabíais el uno del otro?
-      Verás –esta vez fue  Anna la que respondió poniéndose muy seria- he tenido un novio muy celoso, agobiante. Me vigilaba a todas horas y controlaba todos los movimientos que hacía. Revisaba mi correspondencia. Los primeros meses no fueron así pero luego, afloró su verdadero carácter. Perdí todo contacto con mis amistades. No me dejaba hablar con ellos e incluso los amenazaba si se acercaban a mi. Cuando me sentí asfixiada, casi anulada,  lo abandoné sin decirle nada, ni dejar señas. Se que me persiguió durante un tiempo, luego contrató detectives. Tuve miedo y cambié varias veces de domicilio hasta hace un par de años que regresé a Barcelona cuando supe que se había matado en un accidente de coche –miró por el rabillo del ojo a Luis. Tuvo la sensación que asentía a la explicación.
-    Pues ya tenemos algo más que celebrar –dijo Elena rompiendo los segundos de silencio que siguieron a la explicación de Anna- Voy a buscar el champagne.

Anna notó como Luis fulminaba a Elena con la mirada. Hizo caso omiso. Al poco volvió de la cocina con una botella de Veuve Clicquot y tres copas. Brindaron. Luis casi ni lo probó.  Ya no era él quién hablaba, Elena fue la que tomó el relevo. Alegre, no paraba de reirse de sus propias anécdotas. Bebía una copa tras otra. Anna sonreía cortésmente y, de vez en cuando, observaba a Luis que había enmudecido y permanecía con el semblante serio. Anna se sintió incómoda en aquella situación. 

- ¡Es tardísimo!  -dijo Anna levantándose como un resorte- Tengo que irme, mañana me voy de gira quince días y aún no he preparado nada.

Si no es porque Luis la cogió del brazo, Elena no se hubiese podido incorporar de su asiento. Tambaleándose a duras penas pudo dirigirse a la puerta para despedir a Anna. Nos veremos en otra ocasión Anna. Por supuesto que si Elena.

- Te llamaré –susurró Luis en el oído de Anna sin que su mujer pudiera escucharlo.

Se encontró con cinco mensajes de Luis en el contestador. Quería verla. Quería estar con ella. Su voz sonaba desesperada, ansiosa. Acordaron verse la tarde siguiente. Y lo hicieron. Esos dos seres que tienen que amarse clandestinamente llenándose de besos y abrazos salen del alma mientras ellos hacen pequeñas pausas para mirarse a los ojos tanto tiempo cerrados. La misma habitación de hotel, la vieja cama sosteniendo el peso de sus cuerpos, disfrutando esa aventura, la pasión nuevamente despierta. Risas, palabras y dos bocas que se buscan hasta encontrarse. Las manos recorriendo territorios antes desconocidos, claman por seguir explorando sin reserva. Respiraciones que se agitan. Frases entrecortadas, incluso cursis que se pierden antes de llegar a las ventanas sin que puedan escapar. Anna parada frente a él, ofreciéndole su espalda. El roce de su cuerpo actúa como resorte que cierra sus ojos mientras los besos sobre el cuello comienzan a asentarse como tatuajes que pretenden perdurar hasta la eternidad. Luis acaricia sus caderas y se deleita con sus formas. La rodea por la cintura y la atrae hasta aprisionarla por completo luego, sube las manos hasta encontrarse con esos senos pequeños que piden ser acariciados. El deseo es concedido. Los botones de la blusa ceden fácilmente y la tela pronto queda olvidada en el suelo. Sus dedos continúan con la labor. La piel morena, muy suave, ofrece un calor que él desea gozar. Los tejanos caen hasta los tobillos y en ese momento Luis se separa para disfrutar la placentera imagen que ofrece un cuerpo desnudo. Anna enreda sus dedos en los vellos que cubren el pecho de Luis. Es como si le provocara curiosidad. Lentamente desciende la mano hasta el vientre donde la mata de vello se hace mas espesa. Enreda sus dedos nuevamente y comienza a sentir algo más. Él la mira con ternura y le ofrece sus labios a cambio de caricias. Ella acepta el trato al tiempo que siente su sexo mimado con suavidad. Ambos entran en el juego y se masturban mutuamente hasta lograr caricias encendidas. Los senos erguidos son una tentación para quien chupa y para quien desea ser chupada. Anna se ofrece a plenitud sin que Luis se atreva siquiera a sugerirlo.

Ambos se miran a los ojos mientras alcanzan juntos la cumbre de su placer. Anna se estremece y se agarra con fuerza a su cuello; Luis resiste un poco más (que son unos segundos en años de abandono) y logra llegar junto con ella en un viaje que ninguno de los dos quiere abandonar. Ambos quedan exhaustos bajo las sábanas en donde duermen abrazados, soñando él, en quedarse con ella hasta la eternidad; soñando ella, en continuar con el curso de su vida sin el compromiso de encontrarse atada a un hombre. ¿Pero dónde les llevaría de nuevo todo aquello?

 - ¿Bebe mucho? -preguntó Anna recostada al lado de su amante.
- Ha tenido una recaída -empezó explicando Luis- Desde la otra noche que viniste a cenar.    Empezó a beber más de la cuenta después de la operación que tuvo. Cuando nos dimos cuenta ya estaba fuera de control y buscamos ayuda de un médico. Logró superarlo hace cuatro años, pero la otra noche volvió... 
- ¿Y Andrés?
- Es un niño muy listo y alegre. Si no fuese por él no sé dónde ni como estaría Elena. Es su razón de ser y gracias a él pudo superarlo... 
- A él y a ti...

Desde aquel reencuentro se empezaron a ver cada semana y se prometieron no hablar nunca del futuro porque el suyo, su futuro, era el presente inmediato. Cuando descubrieron que las crisis de Elena con la bebida remitían cuando Anna los visitaba, se prometieron, Anna prometió que lo haría periódicamente. Lo pasaba mal en aquellas visitas porque, pensaba, que de alguna manera estaba traicionando a Andrés robándole a su padre y con ello destruyendo la frágil estructura familiar. Además Luis y Anna se prometieron no hacerse promesas.

Habían pasado cuatro años desde aquél reencuentro y la rutina de la aventura había hecho mella en Anna a pesar de las no promesas que le hizo a Luis. Aquella situación había acabado por agotarla y decidió ponerle fin.

sábado, 28 de mayo de 2011

Amantes (II)


Luis había acompañado a su hijo hasta el colegio. Lo hacía siempre que no estaba de gira fuera de Barcelona. Le gustaba hacerlo y a su hijo también porque eran los únicos momentos en que podían hablar de “hombre a hombre”, fuera de la protectora mirada de la madre que, según Andrés, aún creía que era un bebé ¡y soy un adulto, papá! Claro que si Andrés, afirmaba siempre su padre. Aquel era un día especial porque era el primer día de clase y, además, el primer día de la ESO el curso “frontera” entre el mundo fantástico de la niñez y el País de la realidad de la adolescencia.


Casi se da de bruces con Anna cuando salía del colegio.

-¡¡Anna!!– gritó un sonriente y sorprendido Luis cogiendo del brazo a una Anna que se giró al contacto de la mano de Luis. Ella saltó inmediatamente a abrazarlo y así, en mitad del gentío que entraba y salía del colegio, estuvieron durante unos segundos mientras solo acertaban a decirse muy quedo “¡Cuánto tiempo ha pasado!” “¡Cuánto te he encontrado a faltar!” “¡Cuánto he deseado verte!” “¡Cuánto…!”. 


Permanecieron en esos cuantos y en ese abrazo hasta que tuvieron la certeza, inconsciente certeza, que en ambos aún existía esa “liaçon” que los haría inseparables aún después del abrazo. Fue ella la que inició la conversación.

-¿Qué haces por aquí?  –y sin darle tiempo a contestar- ¿Has venido a acompañar a  tu hija…a tu hijo? 
-Hijo…
-¡Qué bien, un niño! ¿Cuántos años tiene?
-12. Hoy precisamente empieza la E.S.O. Me casé justo cuando lo dejamos… me dejaste y no quisimos esperar demasiado –dijo Luis haciendo cuentas como si quisiera justificarse.
-Eso es lo que tenías que hacer- afirmó una sonriente Anna- Yo en cambio he  permanecido soltera todos estos años. Bueno no es que no haya tenido pretendientes, no. Incluso uno me pidió matrimonio justo en el momento en que me di cuenta que las relaciones duraderas no se habían inventado para mí.

Estuvieron hablando de lo guapa que estaba ella, de lo bien que se conservaba él y de que la fortuna les había acompañado a ambos en su carrera profesional. Pero no todo eran alegrías. Luís le contó que al nacer Andrés a su mujer le tuvieron que hacer una histerectomía con lo que eso significaba. Pasaron unos años malos pero el carácter alegre de Andrés les había devuelto la ilusión. Hubiesen querido darle un hermano o hermana a su hijo pero no eran partidarios de adoptar y ya se habían hecho a la idea de que Andrés sería su única descendencia. Se dieron cuenta que el tiempo les había pasado volando.

-¡Por Dios, qué tarde es ya! Me tengo que ir pitando- exclamó Anna.
-Si, si de acuerdo, pero antes dime dónde te encuentro porque aún tienes muchas cosas que contarme –y sin darle tregua- ¿Por qué no vienes a casa este viernes por la noche?

¿A su casa? ¿Pero qué le diría a su mujer quién soy? ¿Una antigua amante que alternaba su cama con la mía? Pensó por un momento Anna antes de darse cuenta que Luis ya no era su amante y que tal vez, su casa con su mujer y su hijo, era un buen terreno para normalizar una relación de amistad y apartarse de la tentación de caer de nuevo en los brazos de un Luis al que no había podido olvidar. Como si leyese los pensamientos de Anna, Luis añadió.

-Ella nunca supo lo nuestro ni tiene porqué saberlo. Le diré que eres una antigua compañera de trabajo con la que estrené “El lago de los Cisnes” en el Liceo ¿Recuerdas que fue un gran éxito?

Y tanto que lo recordaba. Aquel día le dijo por primera vez que lo amaba después de haber copulado como hechizados por algún brebaje durante toda la tarde.

-¿Pero no te acompañó a la representación? Puede darse cuenta.
-No, tranquila, nunca lo hacía en aquella época. No quería que fuese –Luis insistió- ¿Quedamos a las ocho?
-Quedamos.



miércoles, 25 de mayo de 2011

Amantes (I)


Anna y Luis se conocieron hace más de dos años. Ella tenía entonces 20 años y estaba acabando sus estudios de danza. Luis, con 27 años,  era un bailarín  a punto de consagrarse cuando coincidieron en la ciudad de Anna en una gira que hacía la compañía donde trabajaba Luis. 

 Aquella tarde como todas las veces que se encontraban, habían hecho el amor y ahora todo era silencio en la habitación. Anna tenía la mirada perdida en algún punto del techo mientras Luis dormitaba a su lado.

-       Eres un cabrón-  dijo una inexpresiva Anna sin apartar los ojos del techo.
-       Si… si –respondió un adormilado Luis- mmmmm…. ¿No te ha gustado?
-   Eres un cabrón- repitió Anna girando la cara hacia Luis- Un auténtico    cabronazo.

Esa segunda afirmación hizo que Luis se incorporara un poco como si eso le ayudase a entender lo que Anna le había dicho. Pero lo que vio es que los ojos de su amante estaban inundados de lágrimas que pugnaban por saltar al vacío.

-       ¿Pero qué te ocurre? ¿Por qué me dices eso? – preguntó un atribulado Luis.
-      ¿Que qué me ocurre? ¿Por qué eres un cabrón? –remarcó con furia la última sílaba- ¿No lo sabes? ¿En serio que no lo sabes? Además de cabrón me tomas por idiota.
-       No, no. Dime qué te pasa Anna. ¡¡Por favor!!
-    Pues fíjate que a lo mejor tienes razón y si que soy idiota.  Llevamos más de dos años acostándonos y hasta ayer no me había enterado que tenías novia –Lo soltó así, como sino tuviese importancia y aunque estaba  de espaldas a Luis pudo notar cómo le palidecía el semblante- ¿Qué, a ella también le dices que es el amor de tu vida mientras te la estás follando? A no, con ella no “follas”, eso lo haces conmigo, con ella “haces el amor”...
-       ¡Anna, por favor no sigas…! –cortó Luis sin mucho convencimiento de que le escuchase- A ti te quiero…
-    ¿Ah, si? ¿Cuánto y cuando? ¿Más o menos que a ella? ¿Cuándo te la tiras también me quieres más a mí o es cuando estás conmigo que me quieres más? –ahora su mirada era directa  a la de Luis que bajó la cabeza- ¡Menudo lío debes tener con tanto “amor” que repartes!
-   No seas injusta, sabes que te quiero. No podría estar contigo si no sintiese nada por ti, si sólo fueses un desahogo –Luis miraba ahora a su amante que volvió la mirada a su punto de referencia en la habitación- Ella es diferente a ti, representa la estabilidad,  la seguridad, el equilibrio, el hogar…
-   ¡Eso! ¡El reposo del guerrero! – cortó Anna- ¡¿Y yo qué soy?!
-   Tu eres la pasión, la aventura, la ilusión… el contrapunto que necesito en mi vida. Sin ti me faltaría la imaginación, ese impulso que necesito para saber que cada día puede ser diferente y mejor que el anterior.
-   Eres un cabrón Luis. Y un egoísta, solo has pensado en ti, en tener tu propio mundo sin contar con nadie y menos conmigo ¡Tengo 22 años! –la voz de Anna era ahora de indignación- ¿No crees que tengo derecho a mi propia estabilidad, mi seguridad… mi hogar?
-     Perdona… -la voz de Luis era un hilo que apenas se podía escuchar.
-  ¡Qué remedio perdonarte si te amo… en exclusiva!- dijo Anna levantándose de la cama y empezando a vestirse- Pero ese amor, no correspondido o al menos no como yo quiero, no me impide abandonarte ahora y para siempre…
-   ¡Anna yo te quiero!
-   ¡Cállate de una puta vez! ¡No digas ni una sola palabra más!–gritó Anna.

Se hizo un denso silencio en la habitación. Anna terminó de vestirse, recogió sus cosas y abrió la puerta de la habitación. Se paró en el quicio y sin volver la mirada para que Luis no viese sus ojos llenos de lágrimas, le dijo:

-        Adios Luis. No me busques, por favor… Yo si te quiero…

sábado, 21 de mayo de 2011

Jornada de reflexión


Hace unas horas ha comenzado la jornada de reflexión previa al 22 M. y, haciendo caso de lo que recomiendan nuestros sabios próceres, me he puesto a la labor con ahínco y esperanza de descubrir lo que funciona mal y tomar las medidas pertinentes para solucionarlo. Y bien sea por falta de práctica en la cuestión de la reflexión o bien porque los caminos de las neuronas son inescrutables, de repente he visto claro que lo que sucede es que todo es mentira; no solo las promesas electorales de nuestros elegibles, sino el conjunto de la vida que llevamos, que en el fondo no es otra que la que se nos vende en los distintos medios.

Pongamos por ejemplo mi caso: una hombre que trabaja, con cierta independencia (sic), con las ideas claras (o por lo menos en un claroscuro apañado), con algunos vicios (y eso sí, en su mayoría socialmente aceptados) y con lo que se entiende por una vida típica en una sociedad moderna. Me levanto por la mañana con la esperanza de que el día sea como me habían asegurado que serían todos los días de mi vida si seguía unas mínimas normas de comportamiento y consumo y resulta que, pese a comportarme como se espera de mí, nada sucede como debería.

Al levantarme con alegría y energía, me dirijo a la ducha donde como se me ha indicado por activa y por pasiva me doy una ducha vivificante con un gel que devolverá a mi piel la tersura de un niño de tres años y me lavo el pelo con un champú que lo dejará radiante, lleno de fuerza y volumen y por supuesto con un color envidiable. Canoso, pero envidiable. Cuando me miro al espejo, mi piel sigue teniendo las mismas manchas, las mismas estrías y la misma flaccidez que antes de la ducha milagrosa, y en mi cabeza, las canas tienen la mayoría absoluta y cualificada, a la vez que los pelos se me pegan al cráneo sin vigor ni gracia ninguna. Pero como otra de las cosas que me han inculcado desde mi más tierna infancia es que el que la sigue la consigue; que todo esfuerzo tiene su recompensa y que con tesón se logra todo, me dirijo a la cocina dispuesto a recargar las pilas con unos cereales ricos en fibra que me harán sentir pletórcio de fuerza todo el día, además de librarme de padecer las hemorroides en silencio y ayudarme a mantener a raya esos kilos de más (empresa en la que tengo que confesar, fracasan estrepitosamente), porque, como me recuerdo a mi mismo cuando me bebo dos grandes vasos de agua, lo que pesan son los kilos, no los años.

A pesar de que mis esfuerzos por el momento, y después de años y años de seguir una rutina sino idéntica, sí muy similar, durante casi todas las mañanas de mi vida, no han obtenido resultados visibles, salgo a la calle con mi mejor sonrisa pegada a la cara, que previamente he masajeado con una crema que me protegerá de las agresiones externas y luciendo unos dientes que, a pesar de mis esfuerzos no parecen haber sido sometidos a un cepillado a fondo con un dentífrico que los dejará más brillantes que mil soles y librará a quienes me dirijan la palabra del tigre que se oculta en mi garganta. Aunque no poseo un coche de esos que hace que las mujeres se den la vuelta y los hombres murmuren envidiosos a tus espaldas, me consuelo pensando que tampoco lo necesito, que en el fondo sería de mal gusto ir en coche a un trabajo que se encuentra a solo doscientos metros de mi casa. Además, desde niño me han explicado que tendré que ir a buscar a mi dama a lomos de un brioso corcel, por lo que no tengo que preocuparme del medio de transporte. 

En el ascensor que me lleva a la oficina miro a la gente que me rodea, esperando ver hombres y mujeres enérgicos e interesantes que se dirigen alegres y diligentes a su puesto de trabajo, tras haber desayunado desnatados con fruta que cuiden sus cuerpos danone, limpios y perfumados. Lo que me rodea no es lo que yo esperaba, sobre todo el olor. Alguno de mis compañeros de subida ha olvidado que el desodorante y la colonia pueden ser un complemento del agua y el jabón pero nunca un sustituto; otra mentira: el desodorante sí te abandona.

El día transcurre como todos, demostrándome a cada instante que nada es como lo pintan: el pizzero que nos trae el almuerzo es un mozalbete granujiento y con las uñas sucias, y el mensaca que me entrega los paquetes tiene la nariz más peluda que he visto en mi vida si obviamos sus orejas, paraíso de liendres, piojos y otros arácnidos amantes del vello humano. El director general no me pone las cosas a huevo para que le pida un aumento de sueldo y la secretaria sigue sin traerme el café a pesar de que soy el que lo pago.

De todas formas, mis esperanzas están puestas en la copa que me voy a tomar con la chica que conocí ayer cuando los dos nos lanzamos a coger la última tarrina de helado que quedaba en el congelador del supermercado. Tampoco estas expectativas se cumplen y mi acompañante no me deja ejercer como lo que soy, un caballero: me deja pasar primero por la puerta; se inclina para besarme y probar mi copa directamente de mis labios, y me dice que me encuentra arrebatador a pesar de la dura jornada; ni se da cuenta de que me he tenido que tomar un carro de ácido acetilsalicílico para dejar en la oficina, el fax, el e-mail, el contestador y el dolor de cabeza.

Cuándo llego a mi casa estoy bastante desilusionado y con una cierta sensación de fracaso ¿por qué nada es como me habían dicho? Menos mal que para dormir hay un remedio infalible: una taza de cacao calentita y unas pastillas herbales que me harán dormir y levantarme encantado de la vida, siempre y cuando descanse en un colchón viscolástico y un somier de láminas flexibles y adaptables a cada necesidad. Bueno, pues a pesar de todo, son las cinco de la mañana y todavía no he pegado ojo. Y me pregunto ¿cómo voy a creer que tan solo por votar a alguien me van a dar libros de texto gratuitos para mis hijas, me va a disminuir la factura del agua o va a aumentar en calidad y cantidad la oferta cultural y deportiva de mi pueblo? ¿No es como de cuento de hadas el pensar que tan solo por depositar un papel en una urna, determinados señores van a conseguir que mi nivel de vida mejore, que el problema de las drogas desaparezca y que aparcar en el centro no sea una tarea digna de figurar entre los doce trabajos de Hércules?

La verdad es que tengo mareadas todas las neuronas. No puedo explicarme como si sigo las normas, con esfuerzo y trabajo, nada es como debiera, y sin embargo haciendo algo tan sencillo como votar mi vida se va a arreglar por arte de birlibirloque o por el buen hacer de un conciudadano tocado por la gracia divina o el poder de las urnas. Creo que lo mejor es hacer lo que llevo pensando toda la noche. Aunque no esté en las recomendaciones de los medias ni de los políticos, voy a salir a mi terraza a tomar el fresco y fumarme un porrito; seguro que por lo menos duermo de un tirón y además disfrutaré de un rato de relax y pensamientos agradables.

jueves, 5 de mayo de 2011

Mesa para dos


Llevo una temporada (larga, para qué lo voy a negar) soñando con una mesa para dos.

Las mesas no faltan, solo me faltas tu.


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lunes, 2 de mayo de 2011

Amor, deseo, sexo

- Pues partiendo de mi teoría, elaborada durante muchos años de experiencia, te diré que el amor no existe. Existe el deseo…


- Ayyyyyyyyyyyyy!, no digas eso.

- … que se confunde con enamoramiento y amor.

- Creo que el amor sí existe, efímero o no, y se funde, no se confunde.

- Cuando el deseo se acaba, viene lo que le llamamos amor o querer y el deseo te lo buscas fuera

- Pero cuando eres capaz de mover el mundo por alguien aunque no haya sexo ¿que es entonces?

- Deseo. Puro y duro.

- Nooooooo, nooooo, nooooo… siiiii? … noooooooo. Quiero creer en el amor, aunque no lo tenga.

- Si. Y el deseo tiene que concretarse en sexo porque, si no, no es nada. Bueno si. Una enfermedad obsesiva.

- Y el deseo puede durar años? Porque conozco un caso, eh?

- Puede durar años, ahí está la imaginación para fomentarlo.

- Estás llamando obseso a mi ex

- Porque no te tiene. Te desea…

- Pero lo podía haber superado...todos lo pueden superar...de hecho supongo que lo hacen.

- …y, al no tenerte, te has convertido en su obsesión.

- Pero yo dejo de sentir deseo cuando no quiero

- Explícame eso…

- Cielos...una psicopatología?

- … porque es lo mismo que te estoy diciendo yo. El amor está diagnosticado como una enfermedad.

- Vale, pero es necesaria, no como otras.

- (en algo tienen que entretenerse los médicos americanos)

- Y el sexo también. Yo me pongo guapísima cuando lo tengo.

- Mujer, yo no digo que no sea necesario el sexo e, incluso, sublimarlo

- No lo dudo

- Los americanos se aburren un tercio de su vida y se justifican en los otros dos tercios.

- Si, si, por eso hacen esos estudios tan sesudos

- Claro, además, muy en parte son sajones

- Fíjate en este medio. Cuándo chico o chica conoce a alguien y aguantan más de dos conversaciones se piden imagen, foto o similar ¿Cierto?

- Ya, pero yo ya no hago esas cosas...de hecho ni chateo. Pero es cierto al principio…

- Te estaba poniendo un ejemplo

- … la ilusión. ¿Será un principe azul? ¿Por qué me hace cosquillas? ¡ Necesito ver como es....!

- Y cuando lo ves rosadito...

- ¿¿¿Rosadito???

- Exacto... ¿y por qué lo necesitas? Esa es la cuestión porque, si fuese amor, te importaría un pimiento que fuese alto, bajo, gordo o contrahecho.

- Ya, pero el amor viene después.... sí llega

- Claro, rosadito, dependiendo de la época del año, puede estar achocolatado

- Viene el deseo, no el amor

- No. Tienes que hacerte una idea de con quien hablas, saber, encuadrar

- ¿Y por qué tienes qué hacerte una idea? ¿No nos enamoramos del alma? (sobre todo las señoras)

- Tú me mandaste una foto estupenda, bandido!

- Claro. Soy un profesional

- Ya...me di cuenta un poco más tarde. Sí, pero necesitamos encuadrar las ideas, la propia imagen de Dios...es una actitud occidental.

- Equivocada.

- ¿Equivocada en qué?


- Eso de ponerle nombres e imágenes a todo nos llevará a un disgusto. Fíjate si no con Mahoma.


- Que te gusta llevarme la contraria

- Como a ti.


- Por eso he dicho OCCIDENTAL, ¡patatita!

- Bueno, pues ya ves que he trasmutado mi legendaria ternura, por la cruda realidad (¿me estoy haciendo mayor?)


-No sé....yo quiero cosquillitas...a qué respondan no me preocupará en el momento, sea o no duradero.

- Bueno. Cómprate un plumero que te las haga. Al menos sabes que es un plumero y, cuando se estropee, no te hará daño.

- Sí, pero tienes que dejar que tus sueños sigan a tu alrededor, al menos un poco.

- ¿Sueños desde mi atalaya?


- No es lo mismo, qué gracioso! Desde ella puedes tenerlos


- Estoy más cerca de ellos, es verdad (por la altura, una cuestión de pura física, no de metafísica)


- Ahhhhh, me ha salido terrenal y ateo.


- En cualquier caso, mi querida Ella, me parece estupendo que te enamores y que tengas sexo del bueno.


- Eso suena a hasta mañana. Gracias, espero tener una de las dos cosas al menos.


- Cuándo quieras.

- Cuando tenga tiempo.