domingo, 24 de octubre de 2010

Legítima defensa



Era un auténtico zoquete  pero, aún así,  el sistema también había previsto una defensa jurídica para él. Me tocó en suerte ejercer su legítimo derecho, por mucho que repudiase la acción que había cometido. En la soledad de mi despacho buscaba algún argumento que esgrimir ante el Tribunal del porqué una persona, aparentemente normal, se dirigió al acuario del zoológico y lanzó a la piscina un pesado bloque de plomo, de los que se emplean en las consultas de los radiólogos,  con la indudable intención de aplastar a la primera piraña que circulase por ahí. El éxito de su acción fue la consecuencia de que yo estuviese devanándome los sesos tratando de darle sentido a las palabras que mi cliente me había dicho al explicarme lo sucedido. “Fue en legítima defensa”,  argumentaba, “iba a lanzarme a la piscina y ví en sus ojos que me iba a devorar”.

jueves, 21 de octubre de 2010

Viaje a ninguna parte


A las 6.20 a.m. me levanto, veinte minutos antes de lo habitual en un día de diario. Debo ir a Madrid a un curso. Después del pipí matutino y de la ducha, frugal desayuno porque, pienso, en preferente te dan almuerzo. Cojo un taxi a las 6.55 a.m., el tren sale veinticinco minutos más tarde. A pesar de no haber tránsito, llego a la estación a las 7.12 a.m. Corro a la entrada del  andén número cinco. Son las 7.17 a.m. Las puertas están a punto de cerrarse. Lo hacen con una puntualidad británica. He llegado un minuto antes de hora.

Son dos horas y cuarenta y tres minutos de trayecto. Suficiente para leer el periódico, comer y enviar unos SMS, actualizar facebook, contestar mensajes de netlog y mandar correos electrónicos. Eso de la BalckBerry con tarifa plana, da para mucho. Pero no he traído el cargador y todas esas operaciones consumen mucha batería. Llego a la estación de Atocha a las 9.59 a.m., con cuatro minutos de adelanto. No obstante tengo que coger un taxi ya que la jornada empieza a las 10.00. Sé que me perderé la primera ponencia, lo tenía previsto. También sé que es la ponencia de presentación de la jornada y no tiene mucho interés para mí.

Cojo un taxi en la misma puerta de la estación. Una suerte porque no había cola en la parada. A las 10.25 el coche me deja justo en la puerta de la Facultad de Medicina de la Complutense. Es en el Anfiteatro Ramón y Cajal, en la segunda planta. Pienso que no es un lugar muy adecuado para una jornada sobre las novedades en materia de protección de datos.  Me envían a la planta más alta del anfiteatro que está en la cuarta planta. La segunda ponencia –esta si me interesa- hace un par de minutos que ha empezado. Tardo cinco minutos en situarme. Me concentro y así hasta que recibo un mensaje del despacho porque hay problemas en la presentación de los impuestos. No puedo dejar de barruntar que eso me pasa a mí por ir a una jornada el último día de pago de los impuestos del trimestre. Y me acuerdo que cuando vuelva a Barcelona, sobre las 7.30 p.m. tendré que ir al despacho a rematar la jornada. La mía.

Entre mensajes me pierdo esa segunda ponencia. La que me interesaba. Ahora viene una tercera. Un auténtico tostón y sin embargo ahora la BlackBerry permanece quieta. Digo quieta porque la tengo en vibración. Siempre la tengo en vibración y es curioso porque sé cuando recibo un mensaje que me va a gustar. Me hace cosquillas. Los otros mensajes me causan un temblor indefinido. A las 11.45 a.m. hacemos una pausa. No hay donde ir en una Facultad de Medicina y solo tenemos quince minutos. Además como es una jornada gratuita no te dan ni un triste caramelo. Así que decido ir a vaciar la bufeta por segunda vez en el día. La verdad es que ya me estaba molestando. Todos y todas hemos pensado lo mismo. Tengo que esperar casi hasta que empiecen las otras ponencias, las más interesantes. 

Meo y me vuelvo a sentar casi en el mismo sitio dónde estaba en la primera parte. Me maravillo de que todos y todas casi acertemos con la butaca que nos habíamos asignado al entrar. Y eso que había más de mil personas. Bueno la verdad es que no las he contado pero allí parece que hay mucha gente. Y el aforo aunque no lo he visto, es para más de un millar de cuerpos, seguro. Me sitúo en la exposición y retornan los mensajes. No acaban de solucionarse los problemas que aparecen  cuando más atrayente es lo que explican. Nos pasamos toda la ponencia mensajeándonos. Más ciencia perdida. En fin, pienso, más vale arreglar lo de casa que no ser un sabio en protección de datos pobre.

Finalizan las vibraciones señal inequívoca de que acabaron las complicaciones de la mañana. Tengo un par de exposiciones y las preguntas finales de tranquilidad. La jornada acaba a las 3.10 p.m. En poco menos de dos horas sale el tren de regreso. Y quiero comer algo antes para acabar con el runrun del estómago. Me voy de la Facultad y justo enfrente hay una boca de metro. Doy un vistazo por si pasa por aquella zona un taxi despistado pero nada, así que decido irme en metro definitivamente. No sé si es la línea adecuada pero con el metro en Madrid, lo cojas donde lo cojas, llegas a todas partes. O eso dicen.  Decido ir cerca de Atocha no vaya a ser que se me haga tarde. El trayecto dura cuarenta minutos. Estaba realmente lejos. Son las 3.45 p.m. y aún tengo que comer. Lo hago en un bar cerca de la estación. El menú está bien y suele ser lo más rápido. Acierto y después de dos platos, postre, cortado y cuarenta minutos salgo hacia la estación.

Llego en cinco minutos. Paso el control y enseguida nos llaman para el chequing (si, conozco lo de la “k”) Me meto en el vagón. El número uno, en el “Club”. Debe ser la zona “vip” porque a la Empresa le ha costado un pastón. El que las azafatas no te dejen en paz  en todo el trayecto ofreciéndote bebidas, lectura, merienda, golosinas y licores es señal de que aquél lugar es el más caro del AVE. Decido ponerme los cascos y escuchar música en la BlackBerry. La película programada es  “Alicia en el pais de las maravillas”. Apropiada para ejecutivos, me digo.   Me reclino en el asiento y le doy al “play”. Las canciones están por orden de autores. Aparece Fito  empezando la casa por el tejado. De allí me voy a la Luna con Frank Sinatra y llego hasta  el sol con Maná. Mi humor mejora y hasta veo el paisaje a través de la ventana. Ya hemos pasado Zaragoza y la batería del móvil, aunque a una raya del límite, resiste. Pienso en la que me espera en el despacho cuando llegue. Dos horas como mínimo de trabajo. Afortunadamente  el tren se avanza cinco minutos a la hora prevista. Otro taxi y al despacho. Son las 7.59 p.m.  No voy a contar lo que viene en esas dos horas porque es muy aburrido sino lo ha sido ya bastante este escrito.

Son las 10.10 p.m. cuando cruzo la puerta de casa. No tengo hambre. Ceno un yogurt de esos saciantes y enciendo la televisión. Faltan veinte minutos para que acabe el partido Barça-Copenhaguen. Acaba dos a cero. Prendo el portátil con la firme idea de escribir una historia. Alguien me envía un mensaje preguntándome cómo me había ido en Madrid. Caigo en la cuenta que sí, que hoy estuve en Madrid ¿O fue un paseo en taxi? ¿o por el metro? ¿o estuve sentado en un lugar con el mismo interés que más de mil personas o así? ¿o simplemente soñé que estuve en un tren rápido que me transportó más de mil doscientos en un solo día? Le contesto. Bien, bien, me fue bien… supongo.

viernes, 15 de octubre de 2010

Si fuese...

 
 
Si fuese Sol, sería calor
Si fuese Luna, sería luz
Si fuese planeta, sería Mercurio
Si fuese cielo, sería azul
Si fuese ave, sería alas
Si fuese mar, sería espuma

Si fuese montaña, sería nieve
Si fuese canción, sería letra
Si fuese libro, sería argumento
Si fuese día, sería color
Si fuese voz, sería susurro
Si fuese palabra, sería caricia
Si fuese noche, sería penumbra
Si fuese baile, sería ritmo
Si fuese espacio, sería aire
Si fuese beso, sería húmedo
Si fuese caricia, sería roce
Si fuese sentimiento, sería sensibilidad
Si fuese mundo, sería paz
Si fuese flecha, sería cupido
Si fuese himno, sería "Imagine"
Si fuese mago, sería ilusión
Si fuese poeta, sería rima
Si fuese pasado, sería presente
Si fuese presente, sería futuro
Si fuese futuro, sería, sin dudarlo, pasado
Si fuese substancia, sería alma
Si fuese corazón, sería latido
Si fuese gobernante, sería súbdito
Si fuese recuerdo, sería ella
Si fuese ella, sería él
Si fuese todo, sería nada
Si fuese fruta, sería uva
Si fuese látigo, sería pluma
Si fuese héroe, sería perdedor

... Si fuese humano, me gustaría ser persona

miércoles, 13 de octubre de 2010

Envidia




Lo diré sin tapujos. Siento envidia del conserje de mi empresa. Es algo que día a día me consume. Verlo allí, sentado, con la mirada perdida en un punto del techo y con cara de felicidad, es algo que no soporto. ¡ Y no digamos cuando abre la boca beatíficamente con ese rictus de satisfacción que a mi solo se me ha permitido tener de recién nacido después de una buena mamada (sic, en el original derivado de mama)!. En ese momento le mordería con saña los mofletes. De pura envidia.

El conserje que custodia (por asignarle alguna tarea) la entrada de mi empresa es un hombre dos años mayor que yo, pero estoy convencido que vivirá cien años mas de los que yo lo haré. ¡¡ Qué envidia le tengo !!. Nadie es consciente del pecado capital que me provoca. Y es que trato de disimularlo rehuyéndole la mirada. Estoy convencido que notaría como aprieto las mandíbulas de pura rabia envidiosa. Tampoco le pido nada. Sería inútil porque, el afortunado, nunca ha querido saber nada de lo que iba la empresa en sus veinticinco años de permanencia. Eso le permite mantener vigoroso el corazón.

Si, veinticinco años. En la empresa existe la costumbre de celebrar esas efemérides o, según se mire, milagros y regalarle alguna cosilla al empleado que consiga esa antigüedad. El conserje no fue una excepción y, entre todos, le regalamos un aparato reproductor de DVD, porque pensamos que, en vez de mirar al "celestial" techo de la empresa, podía ver en el DVD alguna película o documental sobre fauna y flora que regalan en el "National Geographic". En cinco meses aún no ha estrenado el DVD porque, según dice, "no ha tenido tiempo de leerse las instrucciones". ¡¡¡ Pero qué envidia me da !!! ¡¡¡ Yo que aún no tengo DVD y que me faltan casi quince años para tener la antigüedad que se requiere para acreditar regalo !!! ¡¡ Es que le estamparía el aparato (DVD) en la cabeza !!.

Y es que, además, es el único de la Empresa al que saludan todos. "Buenos días, Valerio" y los subsiguientes "¿Cómo está?" "¿La familia bien?". Necesariamente has de hacerle esas preguntas de rigor y, sobre todo, acompañarlas con una sonrisa, no vaya a ser que te acusen de hacerle "mobbing" y, entonces, vayas a tener un problema mayor. Y él, que no es un virtuoso de la palabra, puede permitirse el lujo de contestar con sonidos que más se asemejan a un gruñido que a una palabra articulada... ¡¡ Si es que no puedo con la envidia que le tengo !! ¡¡ Poder gruñirle al director de la Empresa !! ¡¡ Le arrancaría los ojos !!. Bueno, no. Los ojos no porque, entonces, igual al no tener ese punto indefinido del techo que mirar, le da por ponerse a trabajar de lo mío y me despiden. Y no estoy yo como para jugar con el pan de mis hijas por la puñetera envidia.

domingo, 3 de octubre de 2010

Reparto equitativo


La semana pasada fui a una de esas reuniones profesionales que más me fastidian. Un post-divorcio. Apasionante. Nos encontramos en el despacho de la abogada del marido. Esa era la única peculiaridad de este caso: él estaba representado por una señora y a mí me había tocado en suerte la mujer. Lo que no variaba en el asunto  era la fortuna (poca) de mi clienta -augurando una tardía y escasa minuta- y los temas que tratábamos de reconducir los abogados. Unos flecos económicos que habían quedado pendientes cuando se divorciaron- hacía diez años- y que la crisis se había encargado de deshilachar del todo. Para colmo de mi hastío la parte que tenía “pedir” era la mujer, vamos, yo. E ir de pedigüeño sin nada que ofrecer a cambio más que un extinto derecho de tálamo se hace una empresa harto compleja. 

Como era de esperar la cosa  fue por donde tenía que ir. Un cruce de reproches entre los excónyuges al que previamente a la reunión había conminado a mi clienta que no entrara. Cierto es que la experiencia y el conocimiento de la pareja me decían que no me iba a hacer caso así que hice lo que suelo hacer en estas ocasiones. Desconectar. Los miraba sin oírlos como apercibí que hacía mi colega en una mirada que cruzamos diciéndonos: “déjalos que se desahoguen que cuando lo estén, ya entraremos a matar tu y yo”. Era un acuerdo tácito entre compañeros de profesión entrados en años de ejercicio y sabiendo que, por lo que respecta a nosotros, habíamos hecho un buen trabajo con esa pareja.  Porque ambos habían salido ganando con el acuerdo de divorcio. Se fueron del matrimonio con mucho más de lo que tenían. Cuando se casaron, hacía veinticinco años, llevaron a su unión un gran amor. Por el contrario, al divorciarse se repartieron equitativamente los quince años de alianza. Se prorratearon reproches. Distribuyeron adecuadamente rencor, resentimiento e inquina. Se adjudicaron, en partes idénticas, discordia. Hasta aquél amor que se profesaban pudieron repartirlo a otras personas que conocieron cuando aún convivían juntos. Y, cómo no, por partirse se partieron hasta su hijo común al que, de tanto estirar uno por un lado y la otra por el otro, acabó por resquebrajar su alma. Cuando llegó a la mayoría de edad se largó a vivir por su cuenta y lejos de sus progenitores. Tal vez ahora ellos se interroguen del porqué de aquella actitud y no logren oír la respuesta enzarzados como estaban en un griterío incesante.

Si los profesionales habíamos conseguido un repartimiento ecuánime de los bienes más importantes del matrimonio, justo era que nos quedásemos con lo que menos les importaba (o eso parecía y decían) el dinero de ellos. Así que salimos todos contentos del acuerdo de divorcio. Y allí estaban los dos en aquella sala, haciendo gala de lo que se llevaron en su día.  Hubo algo que me sacó del ensimismamiento en que me encontraba. Fue una frase que dijo el contrario con bastante acaloramiento: 

- ¡¡ Parece mentira que después de diez años de haberse roto nuestro matrimonio aún me vengas pidiendo !!

- Se equivoca caballero –le dije sin pensármelo- El matrimonio, el suyo y el de todos, es para toda la vida y la prueba de que no se acaba nunca es la bronca a la que estamos asistiendo


La carcajada que soltamos todos no ayudó a que accedieran a nuestras peticiones pero, al menos, se acabó la trifulca.