jueves, 16 de diciembre de 2010

La sonrisa infinita



 
Se encontró con Ella por casualidad. O tal vez fue Ella la que lo encontró. En realidad no importa cómo fue, sino que ocurrió. Él llevaba mucho tiempo, tanto que ni recordaba, falto de la pasión que empuja los sueños al mundo real; pero sólo necesitó un instante para entender que había encontrado la sonrisa infinita.

Una sonrisa capaz de hacerle navegar por los arrabales de la tristeza sin miedo a zozobrar.

Una sonrisa que lo transportó a los confines del Universo haciéndole sentir su dueño.

Una sonrisa capaz de iluminar tinieblas de desesperación, colorear el gris de los días de lluvia, calentar el hielo de la indiferencia hasta evaporarla.

Él miraba la sonrisa embelesado, cautivado, fascinado. Era tal el influjo que ejercía aquella sonrisa que pasaba las horas, los días, las semanas sin apartar los ojos de Ella. Se había convertido en un mar que arrumbar, en una cordillera que escalar, en  un cielo donde volar,  Era un mundo por explorar.

Pasó el tiempo y la sonrisa infinita continuaba inmune a su efecto, indestructible, eterna, inmortal.

Llegó un día en que Él entristeció, se sintió pequeño y las lágrimas anegaron sus ojos haciéndolos naufragar en una vasta oscuridad. Desde que la encontró, no había tenido esa sensación de desamparo, de soledad. Era el día en que Ella se fue. O tal vez fue Él quien marchó. En realidad no importa porque la sonrisa es infinita y Él un simple mortal.