domingo, 5 de junio de 2011

Amantes (y V)


Andrés nunca había entendido porque Luz había desaparecido tan de repente y sin decir palabra. Ni unas señas, nada donde dirigirse, ellos que durante el tiempo que se conocieron fueron capaces de crear el mundo de la sinceridad que reclaman los adolescentes. Cinco años después de su repentina ausencia aún se acordaba de ella, aún necesitaba de su confianza para descansar en ella sus temores y más ahora que su microuniverso se desmoronaba. La muerte de su madre hacía unos meses tras un horrible delirium tremens fue el detonante que lo hizo saltar en añicos. Su padre cayó en una profunda depresión de la que era incapaz de salir. Apenas salía de casa y la comunicación con su hijo prácticamente no existía. Andrés estaba convencido que se culpaba de la muerte de su madre porque siempre le repetía que no la había querido lo suficiente.

Llamaron a la puerta de casa. Andrés salió a abrir. Era Luz. La sorpresa no dejó reaccionar a Andrés que se quedó en el quicio de la puerta viéndola con la boca abierta y sin saber qué decir.

-¡Pero bueno ¿te vas a quedar ahí sin decir nada?!- dijo una sonriente Luz abriendo los brazos- Anda ven aquí y dame un abrazo.

Se abrazaron tanto y con tanta intensidad que Luz pudo percibir el latido acelerado del corazón de Andrés que solo acertaba a decir ¿qué haces aquí?¿dónde te habías metido? Te he necesitado tanto.

-Bueno, bueno, ahora te lo cuento todo- dijo Luz siguiendo a Andrés al interior de la casa.
-¡Papá, mira quién ha venido a visitarnos!- gritó con voz emocionada Andrés a Luis que estaba sentado frente al televisor en el comedor. Al ver a Luz se levantó como un resorte.
-Anna… -balbuceó Luis- Anna... has vuelto- su mente había retrocedido más de  veinte años.
-No papá, es Luz. Mi compañera de colegio. Bueno la que fue mi compañera de clase ¿No recuerdas cuando venía a casa? -trataba de explicar Andrés.
-Si Luis- terció Luz en la conversación dirigiéndose él- Soy Luz –y volviendo su cara a Andrés- Aunque tu padre tiene algo de razón, mi madre se llama Anna y dicen que me parezco mucho a ella. Imagino que me ha confundido –y tras un breve silencio- ¿Pero de qué la conoces?

Andrés no tardó mucho en visualizar la imagen de la mujer que se había presentado un día en su casa y le había regalado un libro siendo él adolescente. Hubo una época en que las visitas de aquella mujer eran frecuentes hasta que un día desapareció sin más. Y recuerda que esos fueron los días más felices de su adolescencia. Su padre y su madre más unidos que nunca y Luz, por encima de todos ellos como el ángel que velaba por él en los momentos de duda. Luego se fue como aquella mujer y en su casa aparecieron los demonios que acabaron con su madre ¿Qué había ocurrido? No iba a tardar en saberlo.

-Tu madre y yo éramos compañeros en la misma compañía de ballet –comenzó explicando un Luis que medía muy bien sus palabras- Por aquel entonces ella empezaba y yo acababa de firmar mi contrato como primer bailarín. Nuestros caminos divergieron, saltábamos de ciudad en ciudad y estuvimos muchos años sin mantener el contacto, hasta que un día coincidimos en la puerta del colegio de Andrés, de vuestro colegio y reanudamos aquella amistad –trató de ser convincente- Fue entonces cuando Andrés la conoció y el resto ya lo conocéis.
-Vaya -exclamó Luz algo decepcionada- ¿Así que nunca te habló de mi? Y eso que era asidua en tu casa. Tendré que reñirla –dijo haciendo un ademán con la mano como si estuviese reprimiendo a una persona invisible.
- ¿Y cómo está tu madre? ¿Ha venido contigo? –preguntó Luis en un tono expectante.
-Ahora bien –dijo Luz. Y tras hacer  una pausa de esas que sirven para ahuyentar fantasmas- Muy bien.

Luz les contó de su precipitada salida de la ciudad, dejándolo todo y sin tiempo para despedidas. A su madre le llamaron para una representación como primera bailarina en el Teatro Bolshói, la oportunidad que había estado esperando desde que tenía uso de razón. Nunca llegaron a su destino, un accidente de carretera se lo impidió. Milagrosamente a Luz no le ocurrió nada, fue su madre la peor parada fracturándose las dos piernas. Pensaron que no volvería a caminar, pero lo consiguió. Luego las secuelas sicológicas para hacerse a la idea que nunca vería culminado su sueño. Fueron tiempos muy duros en las que no me separaba de su lado cuidándola, animándola a que empezase de nuevo, sino en el ballet, si ayudando a que lo hiciesen otros. Hace unos meses la llamaron para que dar unas clases en la escuela de Cocó Comín y allí está, tratando de hacer realidad los sueños de otros.

-Y aquí estoy yo dispuesta a iniciar, a mis veintiún años, la carrera de economía –concluyó Luz con su explicación.
-Hablando de carreras –dijo Andrés mirando el reloj con cara de espanto- tengo que irme al examen final de matemática financiera –y apuntando a Luz con su dedo índice le conmino- Y tu no te muevas de aquí hasta que yo vuelva y me ayudes a preparar la cena.

Se quedaron solos Luis y Luz. Hubo unos minutos de conversación intrascendente en los pocos cambios que habían hecho a la casa –salvo los obligados por el paso de la edad de Andrés y la sorpresa, agradable, de lo parecida que era Luz a su madre. 

-¿No se lo has explicado, verdad? –preguntó Luz con semblante serio.
-¿No le he explicado qué?
-No hagas como que no sepas de qué te estoy hablando ¿Sabe Andrés que eres mi padre? ¿Sabe que alternabas las camas de su madre y la mía y que las dejaste a las dos embarazadas con dos meses de diferencia? ¡Si hasta podríamos ser gemelos de diferente madre! –sonrió con cierta amargura Luz.
-No… Nunca hemos hablado de eso. No podía… su madre enferma.
-Excusas –atajó Luz- Siempre justificando tu egoísmo, tal y como mi madre me había dicho. Incapaz de dar un paso por ella aunque le decías que la amabas.
-Y la amaba –reafirmó Luis- Y la amo aún –confesó.
-¿Amar tu? ¿Amar un incapaz de enfrentarse a la realidad, a la verdad aunque para ello hayas causado la infelicidad en la vida de dos personas, tres incluyendo la tuya? Lo siento pero llegas tarde, mi madre es feliz ahora con su vida –Luz se dio cuenta como el rostro de Luis se había transformado dibujando un rictus de rabia contenida- y voy a procurar que mi hermano también lo sea. Estoy aquí para impedir que hagas con su vida lo que has hecho con la de los demás.
-¡Tu no harás nada! –gritó Luis- ¡No impedirás nada ¿Me entiendes? –sacudía a Luz violentamente por los hombros- ¡No me quitarás a mi hijo, como tu madre me robó a mi hija!

Luz tuvo miedo al ver los ojos y el rostro de Luis llenos de ira. Justo en el momento en el que iba a pegarla Luz pudo zafarse de su presión y huyó de aquella casa en busca de Andrés.   

Fue una suerte que fuese la policía la que encontrase a Luis ahorcado en la casa, evitando el dantesco espectáculo a Andrés y Luz. Así el último recuerdo que tendrían de su padre sería una nota que había escrito minutos antes de suicidarse en la que, como si fuese un acto de contrición, podía leerse:

“Que no se culpe a nadie de mi muerte. Yo soy el único responsable tanto de ella como de mi vida”